domingo, 25 de diciembre de 2011

Paraíso inhabitado: Ana María Matute



Volver la vista atrás, hacia lo que ya se ha vivido. 
Debe ser extraño contemplarte siendo niño cuando ya tienes arrugas en los ojos y en el alma. Un día, mirando fijamente un cuadro descubriste que un unicornio de la pintura medieval salió corriendo y hasta que pasó un buen rato no volvió a su sitio. Hoy, por más y más que miras el cuadro, el unicornio parece seguir ahí, quieto, impasible. Sólo los ojos de un niño pueden verle moverse. Nosotros, creo que como mucho, concentrándonos en no prestar atención al cuadro podemos oír sus pezuñas golpeteando el suelo. Últimamente nos cuesta tanto imaginar. No hablo de mí, por fortuna aún soy capaz de perseguir mis unicornios y subir a la ventana del fin del mundo, digo de la sociedad, de la gente con la que te cruzas. Tan serios parecen todos, tan centrados en lo imposible, en lo negativo, en lo que no puede hacerse. Me recuerdan a los hombres de gris que querían capturar a Casiopea. ¿Habrá algún Bepo capaz de ayudarnos? Quizá seamos cada uno de nosotros ese mismo Bepo.


Es un libro melancólico, pero deja muchos otros aromas entremezclados con el regusto viejo de la barrica. Casi vemos como hemos dejado de ser gnomos y vivimos pataleando a gusto en este insípido mundo de gigantes. Un mundo en el que las aventuras de Zas y Gavrila no tienen sentido, sino castigo. Volar entre veleros en un terrado no es lo mismo que ensuciar un puñado de sabanas recién lavadas. El mundo nos está llevando a ver que todo son sábanas sucias, que no podemos volar, que no podemos surcar los mares en unos patines voladores, pero nosotros tenemos que enseñarle al mundo que sí se puede. La crisis, el dolor, la presión, la desgracia son elementos necesarios de la vida, pero no son lo único. Si olvidamos todas las otras cosas, todo lo que de verdad nos hacer reír, entonces estaremos perdidos, sin posibilidad de volver a escuchar los pasos del unicornio, dejando tan sólo tras nosotros un paraíso inhabitado.

Yo sí quiero tumbarme en una alfombra de cuadros de colores junto a Zas y Teo, ver a la emperatriz de la China y leer cuentos inexistentes con sintonía mental. Escribe Ana María Matute en boca de su personaje niña que tiene la impresión de haber pasado la mitad de su vida esperando. ¿Quién no? Me pregunto yo. Sobre todo cuando no estás de ánimo. Miras adelante buscando aquellas cosas que puedan llegar a parecerse a una aventura: emoción. Pero en la espera pierdes el tiempo, es decir: la vida. Luego, cuando tales aventuras llegan descubres con tristeza que no son para tanto y te pesan las horas perdidas en su anhelo. ¿Dónde queda pues la vida? En la espera, en el paraíso inhabitado que no hemos conseguido traspasar. Así que dejemos de esperar, agarremos la mano de Michel Monamour y vayamos al teatro del mundo a disfrutar y vivir. Disfrutar y vivir que no tiene por qué ser el mismo demonio que hacer muchas cosas. Sino HACERLAS, con todas sus letras. Leer El Rey Cuervo hasta el penúltimo capítulo, y hacerlo una y otra vez, sabiendo lo que eso significa.

Recuperar ese niño o niña que todos llevamos dentro no es tan difícil, no. Porque es sinónimo de emoción. La vida atímica es la que nos mata y nos hace gigantes insoportables. Nos falta un poco de “Ven ven ven, Adrrri” y nos sobra un poco de Saint Maur. ¿Quién no quiere aprender a volar en primavera? ¿Quién no quiere leer cuentos hasta saciarse? ¿Quién no quiere un abrazo eterno y cómplice? o ¿Esconderse a veces tras un guiñol en la cocina?. La verdad, es que creo que en esta época de crisis debemos dejar de quejarnos tanto, sobre todo los que tenemos poco de que hacerlo, y sonreír más. Coger una o dos de esas viejas llaves que abren puertas secretas y comenzar a habitar el paraíso. Puede que Gavrila no vuelva, pero yo sí, y el unicornio también.



domingo, 18 de diciembre de 2011

Primera página: Primavera silenciosa de Rachel Carson


Todos los días nos levantamos y sentimos que el mundo sigue tal y como lo dejamos anoche. Pero no es así: el mundo cambia y nosotros lo cambiamos también. El poder del ser humano para desestabilizar los equilibrios dinámicos de los ecosistemas es espeluznante. La ceguera con la que nos movemos por el mundo , pensando exclusivamente en nosotros o nuestro grupo, es alarmante. Pero afortunadamente la capacidad de reacción que hemos mostrado en los momentos más difíciles de la humanidad es esperanzador. Abajo podemos ver uno de los casos que estuvo a punto de fracturar de forma definitiva los diversos ecosistemas de la Norteamérica rural. El ser humano, al limite, justo antes del precipicio, consiguió cambiar. Lo cambiamos nosotros, los humanos, las personas que lo habíamos creado. Se consiguió que las empresas pararan la producción de TDT, aunque no quisieran, que los políticos gobernaran a las multinacionales, aunque no quisieran, que los lobbys se callaran, aunque no quisieran. Porque cuando nos unimos, nadie no puede callar. Y todo fue fruto de buenas explicaciones, en cuanto la gente comprendió lo que estaba pasando y lo que implicaba decidió cambiar.

El TDT fue una amenaza terrible que estuvo apunto de arrojar la vida básica de muchas regiones de EEUU. Con la intención de matar algunos insectos problemáticos se envenenaron las cosechas, las aguas, las tierras… Ahí empezó a comprender el ser humano que las reacciones vienen encadenadas y que el peligro viene de lo que no podemos ver. Un ejemplo claro es la muerte de las lombrices, insignificantes a primera vista, ignoradas por todas y vitales para la regeneración y oxificación de la tierra. Eso por no hablar de las cadenas tróficas alterados los ciclos de retroalimentación positiva que generan desequilibrios exponenciales en diferentes áreas.

Un libro delicado y sincero, un libro que te abre los ojos y te inserta en la sociedad natural, un libro de cincuenta años atrás que sigue siendo de total actualidad. Porque el único camino que tenemos es entender nuestro lugar en el mundo. Porque tenemos que cambiar y tenemos que hacerlo ya, pues aún estamos a tiempo. Porque no queremos que este mundo se convierta en una primavera silenciosa. Por ello, esta página debe ser leída, y las que vienen detrás.


Había una vez una ciudad en el corazón DE Norteamérica donde toda la existencia parecía vivir en armonía con lo que le rodeaba. La ciudad estaba enclavada en el centro de un tablero de ajedrez de prósperas granjas, con campos de cereales y huertos donde, en primavera, blancas nueves de flores sobresalían por encima de los verdes campos. En otoño, las encinas, los arces y los abedules, ponían el incendio de sus colores que flameaban y titilaban a través de un fondo de pinares. Entonces, los zorros ladraban en las colinas y los ciervos cruzaban silenciosamente los campos, medio ocultos por las nieblas de las mañanas otoñales.
A lo largo de las carreteras, el laurel, el viburno y el alder, los grandes helechos y las flores silvestres deleitaban el ojo del viajero la mayor parte del año. Incluso en invierno, los bordes de los caminos eran lugares de gran belleza, donde incontables pájaros acudían a comerse las moras y las bayas, y en los sembrados, el rastrojo sobresalía de entre la nieve. La comarca era famosa por la abundancia y variedad de sus pájaros y cuando la riada de las aves migratorias se derramaba sobre ella en primavera y en otoño, la gente llegaba desde grandes distancias para contemplarla. Otros iban a pescar en los arroyos que fluía claros y fríos, de las montañas y que ofrecían sombreados remansos en que nadaba la trucha. Así sucedió en remotos días, hace muchos años, cuando los primeros habitantes edificaron sus casas, cavaron sus pozos y construyeron sus graneros.Entonces un extraño agostamiento se extendió por la comarca y todo empezó a cambiar. Algún maleficio se había adueñado del lugar; misteriosas enfermedades destruyeron las aves de corral; los ovinos y las cabras enflaquecieron y murieron. Por todas partes se extendió una sombra de muerte. Los campesinos hablaron de muchos males que aquejaban a sus familias. En la ciudad, los médicos se encontraron más y más confusos por nuevas clases de afecciones que aparecían entre sus pacientes. Hubo muchas muertes repentinas e inexplicables, no sólo entre los adultos, sino incluso entre los niños que, de pronto, eran atacados por el mal mientras jugaban, y morían a las pocas horas.Se produjo una extraña quietud. Los pájaros, por ejemplo… ¿dónde se habían ido? Mucha gente hablaba de ellos, confusa y preocupada. Los corrales estaban vacíos. Las pocas aves que se veían se hallaban moribundas: temblaban violentamente y ni podían volar. Era una primavera sin voces. En las madrugadas que antaño fueron perturbadas por el coro de los gorriones, golondrinas, palomos, arrendajos y petirrojos y otra multitud de gorjeos, no se percibía un solo rumor; sólo el silencio se extendía sobre los campos, los bosques y las marismas.(…)
Un ceñudo espectro se ha deslizado entre nosotros casi sin notarse, y esta imaginaria tragedia podría fácilmente convertirse en completa realidad que todos nosotros conoceríamos.¿Qué es lo que ha silenciado las voces de la primavera en incontables ciudades de Norteamérica? Este libro trata de explicarlo.”

sábado, 3 de diciembre de 2011

Mi familia y otros animales - Gerald Durrell


Hace ya más de diez años que este libro cayó en mis manos. Un libro en el que se narran las hazañas del pequeño Durrell en Corfú. Pero yo ni siquiera conocía a ese pequeño biólogo que incomprendía ampliamente a sus padres. Tampoco a su depresivo hermano "siempre-vestido-de-negro" que años más tarde, dos precisamente, se convertiría en uno de mis autores favoritos. Ese libro, definitivamente, no tenía nada que ver conmigo. Bueno, quizás sí. Puede que hubiera una razón que explique por qué ese libro cayó en mis manos: María José.

Por aquellos tiempo, ahora casi desparecidos en la memoria, tanto en la del móvil como en la mía propia, yo frecuentaba la devoción por una chica de la facultad de industriales. Realmente quería a esa chica, y aunque no éramos muy afines en gustos literarios su ofrecimiento bíblico (en el sentido literal, quiero decir etimológico de la palabra) llegó a mí como un imperativo categórico: sí o sí.

Me gustó. Debo reconocer que me gustó y mucho. Divertido, irónico, amable, y a la par sencillo. Un libro que todo pretendiente a Cela debería reverenciar por aquello de huir de la pretensión y alcanzar algo de originalidad. Ya sólo el título me parece maravilloso: "Mi familia y otros animales". Por no hablar, claro, del de su secuela "Bichos y demás parientes". Sencillamente geniales. Pero además creo que reflejan muy bien lo que muchas veces sentimos por nuestras familias. Amor incuestionable, en todos sus sentidos: buenos, malos, regulares, rojos, amarillos y cuadrados. Aunque por otra parte, bastante difíciles de entender en muchos momentos. ¡Ay! ¡La familia! Imposible estar más familiarizado con nadie que con ellos. Lo has pasado, por así decirlo, todo. Y aún así, hay veces que te sientes en una mesa y les observas estupefacto como sí de inclasificables insectos gigantes se tratara.

Entonces ya no ves a tu hermano, con el que tanto has compartido, sino una enorme mandíbula articulada sobre la que se sitúan unas opacas esferas esmeraldinas y dos tentadoras antenas. Te sonríe estupefacto sobre su plato de lentejas. No sabes muy bien si con cariño o como eligiendo el menú. Un poco más allá, también sentados sobre el mantel a rayas, una especie de mariquita gesticulante y un coleóptero luminiscente. ¿Papá? ¿Mamá? ¡Ay, madre mía!

Es en estos momentos en los que empiezas seriamente a preocuparte. Asustado te miras las manos esperando ver unas regordetas y blanquecinas larvas arrastrándose por la mesa. Pero no, ahí están, con sus cinco deditos aferrando fuertemente el tenedor y el cuchillo. Levantas la cabeza y Javi-Mantis, Mamá.Mariquita y Manolo-Coleóptero han desaparecido. 

Me quedo allí, como embobado, mirando como los tradicionales Javi, Mamá y Manolo comentan la terrible coincidencia del clásico Madrid-Barça con la boda de Sofía.

Tras tan biológica experiencia creo que estas navidades ayunaré, a ver si así consigo saltarme a los terribles "Bichos y demás parientes".



viernes, 25 de noviembre de 2011

Letrilla satírica – Francisco de Quevedo



Madre, yo al oro me humillo;
él es mi amante y mi amado,
pues, de puro enamorado,
 de continuo anda amarillo.
Que pues, doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,

poderoso caballero
es don Dinero.

Y ante él se ha rendido nuestro reino durante siglos. Pero un día, viejo y decrépito, don Dinero, cuyo único amigo era Midas, murió. El entierro fueron todo galas y boato, pero nadie fue a disfrutarlo, la entrada costaba tanto…

De repente, esa mañana la gente se levantó con otro ánimo, como menos presionada, como más alegre, algunas mujeres canturreaban (Nunca vi damas ingratas/ a su gusto y afición, que a las caras de un doblón…), pero lo hacían en voz baja y mirando indiscretas al muchacho galán y no al villano fiero. En fin, que todos a sabiendas, noticias corren en el mentidero, de la muerte de don Dinero, olvidan sus deudas y adeudos y con Dionisio al desenfreno. Tremenda celebración del funeral de don Dinero. Pero en mitad de la gozosa orgía, de la que hasta el noble juez tomó partido, vieron un resplandor dorado salir del cementerio. Y acercarse, poco a poco, y cada vez más grande. El vino se fue agriando, así como las canciones obscenas. Los manoseantes caballeros aposentaron sus velludas extremidades en la culatas de sus pistolas y en las jarras de sus espadas. Algo malo se olía en el viento. Esa luz… sí, ese olor a rancio, ese malestar, ese peso. No podía ser pero era, el maldito don Dinero hasta a Dios había corrompido.

Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos
en las casas de los viejos
gatos le guardan de gatos.
Y pues él rompe recatos
y ablanda al juez más severo.

poderoso caballero
es don Dinero.
Pero este maldito villano ya no era de carne y hueso, así que ni espadas con cazoleta, ni pistolas ni besos. A joderse, como dijo un joven labriego, y a someterse, como sabiamente convidó el curilla del pueblo. Ha vuelto el espíritu de don Dinero.

Y así hemos estado hasta ahora, bajo la etérea bota de un sádico pesetero al que el brillo de un doblón le gusta más que al más avaro de los piratas. Ay, espíritu de don Dinero, ayer nos rendimos a tus fueros y hoy y siempre, condenados quedamos, para que nos maltrates, esclavices, atomices, descuartices y todos los malditos ices que se te ocurran.

Hace unos días volvió con su juego, organizó unas elecciones. Unas elecciones democráticamente democráticas, en las que según dicen, es el pueblo quien tiene el poder. de hecho, es una fiesta. Pues como no se parezca esta festividad a la orgía que jodió don Dinero… Esta es una elección decidida mayoritariamente por una crisis organizada por entelequias vagas de especuladores. Lo triste es que estos especuladores ni siquiera son tan dignos como don Dinero. No, son sus curillas, sus sacerdotes, fanáticos de su espíritu, su alma, en fin, lo peor de cada casa. A ellos nos rendimos, “los mercados”, esos nuevos supervillanos que ni siquiera tienen la decencia de presentarse antes de darte la patada.

Esperaba en las elecciones… no sé lo que esperaba. En realidad lo último que tenía era ilusión. No veía salida, supongo que es lo que nos quitan primero, para que no luchemos. Pero no esperaba, eso seguro, encontrar la mayor concentración de poder que ha habido en la España democrática: ayuntamientos, comunidades autónomas, diputaciones provinciales y cortes nacionales gobernadas por un mismo partido en mayoría absoluta. No me parece ilegítimo, no me parece ilegal, no me parece deshonesto, me parece peligroso. Las instituciones se generaron para repartir el poder, la descentralización es fruto de ese control al poder político. Y nosotros, ciudadanos, más dignos que un pan seco, que el vino peleón de la orgía del funeral de don Dinero, le hemos otorgado a un mismo partido todo el poder que puede tener en estos momentos un estado. ¿Pero verdaderamente se lo hemos otorgado nosotros? ¿O quizás ha sido ese maldito tufillo del espíritu de don Dinero?

Ahora lo veo claro, zapateando alegre y contengo con sus ingrávidos tercios sobre nuestras diminutas cabezas, carcajeando, disfrutando, pisoteando. Ni muerto ni vivo, sino eterno. Ahora le veo claro, desde el inicio, con su olor a rancio y su bolsillo lleno, el verdadero dios, ese maldito y poderos caballero. Ah sí, don Dinero, don Dinero. Como jodes don Dinero. Pero sabes qué. Que te reto, sí te reto a un duelo. Tú róbame, aplástame y haz de mí todo lo que quieras, que yo como mi buen amigo Quevedo, el más feo de los caballeros, me iré a un buen mentidero y allí a despecho te despacharé con gusto haciendo coplillas satíricas y sonetos. ¡Tú me joderás la vida, pero yo te amargo los sueños!

Ay, poderoso, poderoso,
Sí,

Poderoso caballero es don Dinero.

domingo, 13 de noviembre de 2011

La Saga de Eirík el Rojo


De siempre nos han acompañado los cuentos y las historias. Desde que el humano habla ha contado cuentos. Leyendas con los que nos enseñaban aquello que era temible o peligroso, aquello a lo que debíamos aspirar y perseguir para ser dignos, relatos para recordar a los antepasados caídos, cuentos para construir nuestra historia y darnos ansias de quedar nosotros mismos inmortalizados en los cánticos, poemas y romances que recitaban los bardos.

Skalds era el nombre que tenían un grupo de estos bardos, poetas vikingos que contaban las mayores hazañas de conquista por tierra y mar que ha habido nunca. Los bardos siempre transmitieron su saber de forma oral, de pueblo en pueblo, usando rimas fáciles o ritmos pegadizos para que la gente de los diferentes sitios pudiera, fácilmente, recordar sus versos. Quizás el poema más famoso de la literatura medieval escandinava sea el cantar de Beowulf. Poema épico del intrépido héroe que fue a ayudar al maldito rey de las tierras gaudas. Poema transmitido de viva voz entre los diferentes conquistadores vikingos hasta que en el S XV un monje británico lo escribió en manuscrito. ¿Pero, y más allá de Beowulf el leído, el cinematografiado, el conocido, alguien ha oído hablar de otros héroes semejantes, de otros poemas inmortales? Pues si de ellos alguno ha de ser rescatado del olvido es sin duda el de Eirik el Rojo, fundador de Groenlandia y “alma pater” del verdadero descubrimiento del nuevo continente, allá por el S XI.

Eirik el Rojo, Thorvald, Karlsefni, Bjarni, Freydís… héroes todos ellos dignos de alabanza, ejemplo para los que quedamos, aura de protección frente al olvido de la cultura antigua y su sabiduría. Ellos, montados en sus Drakar, surcando mares helados, con 40 hombres a sus espaldas fundaron reinos y destruyeron otros, tomaron esclavos y generaron príncipes, se enfrentaron al Inuit y a los salvajes, para al fin volver para morir en su patria. Paganos unos, católicos los otros, conviviendo y luchando juntos durante aquella disputa religiosa que se libraba en aquellos tiempos. Tan difícil es decidir si queremos alcanzar la inmortalidad con la espada en la mano gritando junto a Thor en el fragor de la batalla o rezando recogidos en un monasterio lleno de sepulcros y cipreses.

Pero ya no hay elección posible, los vikingos ya no existen, tampoco los héroes, ni parece posible descubrir nuevos mundos. Los dioses se confunden unos con otros porque nos es imposible creer ya en ellos. No más Drakar, no más espadas en alto, no más banquetes en el salón de los héroes, no más bardos, no más skalds, casi podríamos decir que no más poesía. No, no más. Pero, aunque el mundo sea así, serio e inimaginativo, quizás, sí, por qué no, quizás si abrimos uno de esos libros, una de esas antiguas sagas que cuentan las hazañas de los héroes islandeses o gaudos... Sí, claro que sí. Abro el libro, leo las primeras líneas y puedo verme allí, claramente dando muestras de desprecio irónico a la muerte, bebiendo, riendo, cabalgando las aguas de lo desconocido hasta la inmortalidad.

Quizás algún día alguien cante al calor de una hoguera algo así:
“Óláf se llamaba un señor de la guerra que era apodado Óláf el blanco. Era hijo del rey Ingjald Helgason, y este hijo de Óláf, y este hijo de Gudröd, y este de Hálfdan hueso blanco, rey de Uppland…”
Y quizás esa noche, en lugar de hablar de Óláf pongan ahí todos nuestros nombres. Nombres inmortales por todo lo que ya habremos hecho, por todo lo que ya habremos vivido. Para el recuerdo de los caídos, porque seremos historia, porque seremos la luz de faro que guíe a los que nos siguen. Esa es nuestra responsabilidad, ese es nuestro legado. ¿A qué nos debemos? A cantar nuestra Saga. En mi caso, La Saga de Manuel Rodríguez, ¿y en el tuyo?

domingo, 6 de noviembre de 2011

La isla del tesoro


Fifteen men on a death man’s chestyoh yoh yoh and a bottle of rumDrink and the devil had done for the restyoh yoh yoh and a bottle of rumThe mate was fixed by the bosun’s pikeThe bosun brained with a marlinspike

La Hispagnola surca los mares con el avaricioso brillo empujando sus aladas velas. Una tripulación nobles caballeros buscadores de fortuna liderados por el inmortal John Long Silver “Barbacue”. La pesadilla de Jim y del capitán Flint, el hombre con una sola pierna. Todo empieza en una pensión perdida en la que un fiero capitán decrépito se refugia de la Mancha Negra. De ahí, el ron y la canción hasta la isla perdida escondida en lo más profundo de su sagrado cofre prohibido. Black Dog, John Silver, Flint, Dr Livesey, Caballero Trelawney, Ben Gun y el valiente capitán Smollet, tremendo reparto para tamaña aventura. Quién no fuera el pequeño Jim Hawkins para enfrentarse a los piratas, confabularse con ellos, robar la Hispagnola, esconderse en un cubo de manzanas y enfrentar la muerte con  dignidad en los brazos de tu peor enemigo. Adentrarte en esta aventura te llena de juventud, de ansias de cualquier cosa.

Releyendo este viejo libro no he podido dejar de ir saltando entre los personajes identificándome totalmente con cada uno de ellos: la honradez de Livesey, la valentía de Smollet, la doblez de John Silver, la locura de Ben Gun y, cómo no, la avaricia por el secreto del temible capitán Flint. Yoh yoh yoh and a bottle of rum.
No sé qué tienen las aventuras de la mar, no sólo las de los piratas, que te llegan a lo más profundo, te remueven algo atávico que lleva latente más de X Siglos. Abro una página de uno de estos libros y desaparezco, verdaderamente me sumerjo. Esta en especial es de piratas, y vaya personajes son los piratas de novela. Los más deseados, quizás, rufianes valientes, ladrones con código y honor. Tipos que rechazan con vehemencia todo lo establecido y viven en sus sueños locos de conquista. Quién no es un poco pirata, aunque sólo sea un poco. A quién no le entran ganas de agarrar un buen pañuelo y un machete, subirse a lo alto de un mástil y rugir a los cuatro vientos sus ansias de aventura.

Aún recuerdo, y como olvidar, la primera vez que me topé con un pirata romántico, el de Espronceda.

¡Sentenciado estoy a muerte
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío
  Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.

Y qué más da la muerte, la penuria, el dolor o la injusticia si tenemos la pasión de luchar por aquello en lo que creemos. Si podemos liberarnos, ser de verdad libres. Eso es exactamente lo que siento cada vez que me sumerjo en estas historias de aventuras marinas. Algo que no tiene límites, ni fronteras, ni posesión. Un lugar donde puedes sentirte libre de los otros hombres, donde quién de verdad gobierna es la Naturaleza.
Encontrar un tesoro lleno de doblones, de luises, de escudos, de… qué importa todo el oro del mundo en comparación con la aventura de conseguirlo. Dudo que un solo pirata de los de verdad, de los de los libros, digo, renuncie a seguir buscando tesoros y hundiendo barcos después de haber desenterrado un cofre como el del Capitán Flint. No, no se rendirán a oro y la avaricia, no se quedarán tendidos en un gran casa, rellenos y engreídos, acariciando sus joyas y sus caros ropajes. No, a la menor palabra, el menor gesto, sus ojos volverán a brillar, el ansia surgirá, alistarán un bravucón ejercito de hombres de fortuna y allá irán de nuevo: a la mar.

Pendones al viento, rostros fieros, alfanjes y cañones, cabos tensos y a toda vela. Arriba, lo más cerca de los cielos, ondeando pura al viento la bandera de las calaveras, la Jolly Roger.

Prepárate mundo aquí estamos de nuevo, resurgidos del último ciclón, los piratas del honor, con el alfanje preparado, dispuestos a todo.

Fifteen men on a death man’s chestYoh yoh Yoh and a bottle of rum.


domingo, 30 de octubre de 2011

Cyrano de Berçerac

Muchos años hace ya desde que este libro cayó en mis manos. Leerlo por primera vez en mi adolescencia romántica y encontrarme con mi propio ser. Eso sí, un poco más cobarde, diría yo. Pero cobarde sólo en lo que a hazañas bélicas se refiere, pues el pudor y la vergüenza de dirigirle una sólo palabra a la persona amada eran, para él y para mí, la misma tortura. Como viví yo aquellos años en los que me buscaba a mí mismo, pensando, quizás demasiado, en la otra persona. Es el anhelo. Lo que te lleva a sentir esas pasiones grandilocuentes que un día te sumergen en los infiernos y al siguiente, quizás con una sola mirada, te ascienden hasta los cielos. Tantas caras, tantos sueños, tantas promesas: Vanessa, Penélope, María José… Hazañas no logradas que marcan mi pasado, experiencias llenas de vida y recuerdos de algo que ni siquiera llegó a ser un más allá.




La adolescencia de la pasión es la que más nos acerca al arte, al orgullo. Hace muchos años, mi profesora de literatura, María Victoria de Benito (Mavi) me dijo que es el sufrimiento el que nos hace crear obras de arte: de ahí nuestros maravillosos siglos de oro. Quizás llevase razón, al menos en parte. Sufrir y sentir necesidad de escribir es todo uno, aunque claro, eso no implica que lo escrito sea meritorio de ser leído. Al menos como purga vale, y si no que le pregunten al Marqués de Sade y su Justine.

Pero más allá del amor hay un rasgo en Cyrano con el que me sentía, y aún hoy siento, totalmente identificado, el orgullo. Y no hablo de la vanidad, sino del orgullo, el de verdad, el puro, el que te hace poder seguir siempre adelante. Recuerdo al inicio de la obra unos versos deliciosos, cuando Valvert quiere intimidarle considerándole simple plebeyo, hidalguillo sin guantes
Es más noble mi elegancia.Si visto con negligenciay cual dama no me aliño,es más blanca que el armiñoy más limpia mi conciencia.Pobre y humilde es mi traje;más el sol no me alumbrarasi mi claro honor mancharani aún la sombra de un ultraje.Al más estrecho deberme ciño, y no mi cinturapongo en constante torturapara buen talle tener.No soy siervo de la moda,mi voluntad es mi ley,y, orgulloso como un rey,hago cuanto me acomoda.Desprecio las vanidadesy el valor que estriba en telas,y hago sonar como espuelasa mi paso las verdades.(…)¡Venirme a insultarporque guantes no tenía!...Uno quedábame un día,recuerdo, de un viejo par.Bien pronto de él me libré;menguada molestia diome;vino un necio, importunome,y en su rostro lo dejé.

Jajá. Quién fuera Cyrano para tener el honor de dejar a alguien tan plantado. Tantos se lo merecen ya en este siglo nuestro. Aunque hay que reconocer que la lengua de Cyrano no sería lo mismo sin su espada. Recuerdo a Cyrano, manoseo el viejo libro de la colección Austral, releo sus páginas y versos y no puedo más que retrotraerme a mi adolescencia. A aquellos amores, a aquellos temores, a aquellos momentos tan importantes que vivía. Sentir cada día que estaba escondido en la penumbra de un patio recitando mis verdades a ella, la amada. Que en el secreto de la noche, camuflado este cuerpo menospreciado, sentía como a través de la sonoridad de la palabra se mostraba la fuerza de mi alma. Alma, que según yo, si ella la hubiese conocido de verdad, no hubiese dudado en arrojarse perdida a la mar de mis entrañas. Pero no, como nariz prominente, el miedo, el temor al ridículo, la vergüenza, la creencia en que ella nunca se fijaría en mi se levantaban para arrinconarte y dejarte fuera de la magia. Un simple amigo, como el cariño que Roxana hacia su primo-hermano, su mejor amigo, quizá, pero no más que amigo. Y un alma loca necesita ser amada.
¿Recordáis? Bajo el balcón
Cristián de amor os hablaba;
yo en la sombra, le apuntaba,
esclavo a mi condición.
Yo debajo, a padecer
y con mis ansias luchar;
otros arriba, a alcanzar
la gloría, el beso, el placer.
Es ley que aplaudo juicioso
con mi suerte en buen convenio:
porque Molière tiene genio,
porque Cristián era hermoso.
Sufrir en la sombra el amor que no es recibido, ¿quién no ha sentido eso alguna vez? ¿Quién no ha probado la amargura del desamor, del imposible que nunca se vuelve posible, sigue ahí distante, pero al alcance de la mano, sólo que un poco más lejos. Todos lo hemos sentido, pero pocos hemos tenido el valor de al menos hablar escondidos, bajo un balcón oscuro. El valor de poder hablar de amor, aunque ese amor no fuera a volver hacia ti. Cada vez que escucho a Depardieu susurrando con voz grave esos versos que suben despacio hasta el pequeño oído se me pone la carne de gallina. Y veo con claridad el placer que supone hablarle de amor a tu persona amada, aunque sea sólo para decirle lo que de verdad sientes.
¿No os parece
la ocasión deliciosa? No nos vemos:
sólo, en la oscuridad, adivinamos
que sois vos, que soy yo, que nos amamos…
Vos, si algo veis, es sólo la negrura
de mi capa; yo veo la blancura
de vuestra leve túnica de estío…
¡Dulce enigma, que halaga al par que asombra!
¡Somos, dulce bien mío.
vos una claridad y yo una sombra!
Vos ignoráis, idolatrado dueño,
lo que son para mí tales instantes…
Si alguna vez, en mi amoroso empeño,
fui elocuente… (R: ¡Lo fuiste!)
¡Ah señora!
De mi pecho palabras tan amantes
jamás salir pudieron hasta ahora.
(R: ¿Por qué?)
Porque os hablaba poseído
del vértigo que aturde al desdichado
al poder de esos ojos sometido.
(…)
De hablaros mi afán crece,
mas no sé qué me pasa, que parece
que por primera vez hablo esta noche.
Un soneto bajo un árbol, una caricia en un autobús, una broma en la clase o una visita cariñosa. Eso era el amor, ese amor desesperado, ese amor loco que todo lo puede, el que Quevedo definía como hielo abrasador y fuego helado. Luego vino el otro, el amor de verdad, el tangible, que te hace sentirte vivo, pero ya es diferente, ni mejor ni peor, diferente. Digamos que el amor pasional es el que te hace sentirte vivo, como cuando te clavas una aguja, y el amor verdadero o no exaltado es el que te hace vivir. El orgullo, el miedo, la tristeza, la desolación… todas esas emociones eran antes más fuertes que ahora, es como si un anestésico se filtrara progresivamente en nuestro cuerpo haciendo que todo sea menos intenso. Eso me da nostalgia, nostalgia de esas aventuras locas que acababan con tu cuerpo postrado y tu mente desnuda saltando por cataratas de fantasía. Ahora siento nostalghía (como la de Tarkovski) del poder de esas emociones y me pregunto por qué ahora las emociones son un poco menos emocionantes, por qué las tristezas son menos agudas, aunque más persistentes, por qué resulta difícil estar toda una tarde riéndose de nada en absoluto. ¿Por qué cuando miras o abrazas a tu pareja tienes un reloj mirándote fijamente con su alarma preparada? ¿Dónde está el tiempo para amarnos? ¿Por qué el amor ya no parece ser nuestra prioridad aquello que eclipsa cualquier otra obligación? Que alguien tenga el valor de decirle a Cyrano que su deber no es amar, que su deber no es el honor. ¿Que qué respondería?
¡Conseguiréis que mi furor estalle!
¿Coronarse de lauro alguno anhela?
Un reto a los del patio y la cazuela
dirijo. ¿Quién se atreve? ¡Fuera el miedo!
¡Quién sea, diga el nombre o alce el dedo!
Con el honor debido a un duelista
despacharé al primero de la lista.
¿Quién aspira a esa gloria? Caballero.
¿Vos?... ¡No! ¿Y vos? ¿Vos tampoco? ¿Ver mi
acero desnudo os da rubor? ¿Nadie se atreve?
Diablos, no volvería a los 15 años ni muerto. No, pero sí que recuperaría la fuerza de la pasión. Fuerza que recobré cuando conocí a María, cuando la sentía mirándome fuerte y mi corazón se desbocaba, cuando era un imposible que se tornaba a posible, cuando de la inseguridad de la adolescencia surgió la seguridad del amor. Y con certeza absoluta luchamos por estar juntos. Fuerza que en el día a día solemos olvidar y que nos encontramos de pronto, muchas veces, cuando retorna el fin de semana, lo más parecido a la adolescencia que existe en nuestro días. ¿Por qué no? Con el orgullo en alto, con la espada en guardia, dispuesto a luchar por todo aquello que nos merecemos, hoy aquí y ahora, gritando como un loco bajo un balcón oscuro, con voz de alma bramo: recuperemos el amor, amemos. Porque en esta vida todo, todo nos lo podrán quitar, todo salvo el amor y el orgullo.
¡Todo me lo quitaréis!
¡Todo! ¡El laurel y la rosa!
¡Pero quédame una cosa
que arrancarme no podréis!
El fango del deshonor
jamás llegó a salpicarla
y hoy, en el cielo, al dejarla
a las plantas del Señor,
he de mostrar sin empacho
que, ajena a toda vileza,
fue dechado de pureza
siempre; y es…
… mi penacho (=orgullo)


domingo, 23 de octubre de 2011

Gorilas en la Niebla: Dian Fossey



Ayer estaba tranquilamente sentado en el sofá viendo el telediario de después de comer. Sentíame yo todo un hombre: tranquilo, racional, alimentado con comida elaborada, bebiendo cerveza y tratando de entender qué coño me estaban diciendo. En ese momento apareció él en la pantalla, el político R (siéntase libre de completar el apellido en función de su partido político preferido). Fue el momento más importante de mi vida, el momento del cambio. Algo me captó de la imagen barbuda gesticulante que balbucía cosas que parecían querer ser mensajes. Movimientos que cada vez apreciaba como más cavernícolas. En mi mente comenzó el rico traje encorbatado a transformase en un precioso y tupido pelaje impermeable. Una broma pesada, me pregunté; una manipulación informativa de los medios de comunicación para cambiar nuestra intención de voto, seguí preguntándome. Pero no, ahí estaba un gorila perfecto, balbuciendo cosas ininteligibles y comiendo ortigas dentro de la pantalla. Giré mi cabeza aturdido saliéndome de la absorbente pantalla y… ¡yo ya no era yo! Bueno, era yo solo que más simio. ¿Dónde estaba? ¿Quién era? La tele había desaparecido, mi casa, mi comida, todo se había ido, hasta mi cerveza. Fue en ese momento cuando empecé a preocuparme de verdad. ¿Dónde diablos estaba? ¿Qué había pasado conmigo? ¿Y con R? Emití unos sonidos guturales y avancé por la selva. No quería estar sólo. Necesitaba a los míos. Avancé y avancé hasta que se hizo de noche. Entonces tiré de memoria genética para recordar cómo repámpanos se hacía un nido. La verdad es que muy bien no me quedó y lo de la techumbre para la lluvia aún no lo controlaba. Así que me eché ahí a pasar frío y soportar la lluvia nocturna. A la mañana siguiente abrí un ojo con sobresalto al notar que nada menos que 20 enormes gorilas me observaban entre divertidos y curiosos a pocos metros de distancia. Yo siempre había querido ver gorilas, pero verlos siendo uno de ellos era algo completamente diferente. Esta aterrorizado, esas bestias de espaldas plateadas y 350 kilos y mirada furiosa. Y si me tomaban por un macho invasor, pero si ni siquiera me gustan esas peludas barrigudas. Entonces se acercó un pequeño gorila y se lanzó a mis brazos. De repente todo era distinto, lo comprendía todo. Pablo me abrazaba, Beethoven se reía a carcajadas, hasta Coco estaba ahí, viejita y cariñosa. Se reía, de verdad que se reía, y se reía de mí. “Anda que esto humanos…”.

Entonces todo volvió a la realidad. El barbudo R seguía allí hablando de cosas sin sentido con su traje de lujo, comprado o regalado, con sus balbuceos, con su verborrea adormilante. Parpadeé unas cinco veces, más o menos, y le miré fijo a los ojos. R me devolvió la mirada y se encogió de hombros. Dentro de mí volví a escuchar: “Anda que estos humanos”. Y como dije, ese fue el momento más importante de mi vida. El del cambio. El momento antes de coger un avión y venirme a los Montes Virunga a vivir con los gorilas. Ahora soy un humano feliz, aunque paso un poco de frío por eso del pelaje.


Gracias Fossey por enseñarnos lo gorilas que podemos llegar a ser.

lunes, 17 de octubre de 2011

El viejo y el mar


Perseguir un Martín hasta el infinito de tu ser y perderte dentro de ti, junto a las lágrimas de tu edad. Manos callosas que ya apenas pueden sostener el sedal, que caería yermas si no fuera por la inercia del uso. Un remo roto sobre las cabezas de los tiburones perniciosos que habitan la mar, dispuestos a arrebatarte hasta el menor de los premios obtenidos. Sólo una cosa mantiene en píe al viejo que llevamos dentro, la constancia en la lucha por su vida. Levantarse temprano, preparar los aparejos, hacerse a la mar y tener fe, fe en sí mismo. Un día tras otro, una hora tras otra, una luna tras la siguiente, y luego otra más. Constancia y fe. No perderte en el fondo de la mar porque la brújula, fiel, sigue apuntando al mismo sitio, el fondo de tu corazón. 


Si hay que comer pescado crudo, se come. Si hay que matar tiburones con un remo, se matan. Si hay que llegar a tierra sólo con el esqueleto del mayor Martín que has pescado en tu vida, se disfruta de los huesos. ¿Por qué? Porque la magia del Martín no está en la recompensa del pez, sino en la hazaña de pescarlo. Por que la esencia de la vida no es llegar a viejo, sino ser mar.


"He was an old man who fished alone in a skiff in the Gulf Stream and he had gone eighty-four days now without taking a fish. In the first forty days a boy had been with him. But after forty days without a fish the boy's parents had told him the the old man was now definitely and finally 'salao', which is the worst form of unlucky, and the boy had gone at their orders in another boat wich caught three good fish the first week. It made the boy sad to see the old man come in each day with his skiff empty and he always went down to help him carry either the coiled lines or the gaff and harpoon and the sail that was furled arround the mast. The sali was patched with flour sacks and, furled, it looked like the flag of permanent defeat".

sábado, 1 de octubre de 2011

Master and Commander

Café humeante en taza de latón y beicon frito al despertar. Paseos nocturnos por la cubierta escuchando el crujir de las maderas y cabos. Sextante y cronómetro en mano a las 12 en punto para calcular la latitud y longitud aproximada. Noches en la cabina del capitán, violín y violonchelo juntos, tocando a Boccherini, Locatelli y Haynd. La emoción de la batalla desigual, de la estrategia, la persecución, la gloría y la amistad. Jack Aubrey, “el afortunado” y su compañero Maturín recorriendo el mundo de misión en misión.

Quién no se queda obnubilado observando cómo se mece en la mar un inclinado bergantín empujado por la marea. Quien no siente la magia, la fuerza de un navío de guerra como la Victory surcando los mares sin miedo, proa avante a toda vela por la más cruel de las tempestades. La Sophie, La Worcester, La Boadicea, La Leopard, pero sobre todo La Surprise, la fragata Surprise.

Estando en Liverpool solo, en tierra inglesa, mala comida y mal tiempo, lengua extraña, mis mejores compañeros fueron ellos: Aubrey y Maturin. Tras la jornada de trabajo y las relaciones sociales pertinentes, el mayor placer era meterte en la cama bien arropado y leer sus aventuras, seguirles, vivir con ellos. Cuatro meses en los que leí sin cesar uno y otro, y otro de sus libros. Y sentía ser uno más de la tripulación, en las vergas aferrado, en la batalla sangrienta sufriendo por tu vida, luchando a la desesperada, la tranquilidad después de la tormenta, la emoción en un pequeño islote lleno de extraña vida o el subirte de madrugada a empellones al puente para ver atónito el limpio vuelo de un albatros. La vida en el mar. La vida en el mar, en la época, debía de ser dura, casi horrorosa, hambre, sed, muerte, soledad… pero por otra parte… ¡vivir en el mar! Poder levantarte cada mañana con el olor a salitre y el sol en la cara, la frescura, sentir la libertad de estar ahí, en medio de la nada, en medio del todo.

Veinte libros y medio configuran una vida, veinte libros y medio vinculados a la mar y la vida que en ella se hacía. Veinte libros y medio suenan a mucho, pero se acaban bien rápido, tanto que tienes que parar para que esa magia no se te acabe demasiado rápido. Y no hay sustituto. Patrick O’brian es Patrick O’Brian, el mejor escritor de libros costumbristas marítimos que hubo y habrá nunca. ¿Por qué? Porque no te cuenta las vidas de sus personajes, te las hace vivir. Veinte libros y medio y una película, fantástica por cierto. Jack Aubrey es sin duda tal y como le muestran en Master and Commander. Cuando vi a Russell Crow no me lo podía creer, quizá un poco más serio que el verdadero Aubrey, pero era tal y como te lo imaginas en los libros: Jack, Jack Aubrey “El afortunado”.


viernes, 23 de septiembre de 2011

Los viajes de Gulliver



Tal vez Lemuel Gulliver se lanzó a los nuevos mundos sencillamente porque no comprendía al ser humano. Es posible que Gulliver, asqueado de la falta de cariño, de respeto por el prójimo, de amor, en definitiva, decidiera embarcarse y desaparecer del mundo conocido. Pero no pudo escapar de lo que era, de lo que siempre seremos los humanos, querámoslo o no: un simple yahoo, con todas las connotaciones que eso tiene.

Huyendo de la vanidad y el engreimiento desembarcó en Lilliput, donde comprendió que el tamaño de la mezquindad es inversamente proporcional al del ego, como les ocurre a los políticos.

Capturado en Brobdingrag descubrió la opresión y la esclavitud del poderoso frente al débil, la infravaloración y los tempranos límites de la inteligencia que algunas personas, perdón, seres, pueden alcanzar.

Más allá, en Laputa se encontró con la sobre estimación de la tecnología y la sabiduría científica panacea de todos los males, infalible bálsamo de Fierabrás, tecnología tan sublime que es capaz, incluso, de destruir su propio mundo. Es posible que algunos políticos no-ecologistas, bebedores de religión científica que aplacará a los dioses de la sobre explotación acaben viviendo bien, después de todo, en Laputa.

Finalmente Gulliver, sí sí, el mismo huidizo yahoo que reniega de la brutalidad humana, se encuentra consigo mismo, con nosotros, vamos, con ellos, también: los yahoos. ¿Dónde? En el país de los Houyhnhnms. Donde comprende lo salvaje que puede ser un humano que dedicadamente reúne las peores cualidad de un liliputiense, de un Brobdingrag, de un Laputiano y, cómo no, de un bestial yahoo, que es lo que somos. ¿Por qué nos gustan los caballos? He aquí la respuesta. ¿Por qué montamos a los caballos y los tratamos como animales? He aquí la sinrazón.

Así pues, al pobre Gulliver, al llegar a casa, no le queda otra que vivir apartado en sus cuadras, tratando de evitar el contacto con los despreciables yahoos que habitamos en este planeta.
Y esto es más o menos lo que Jonathan Switf quiso contarnos sobre la política, los políticos, nosotros mismos y nuestra querida mezquindad. No es un libro de aventuras, por favor, es una pura ironía sobre lo que somos. 

El único pero es que nos de vergüenza vernos reflejados de una manera tan realista y que… bueno, no hayamos cambiado un ápice desde 1726, sobre todo los políticos.

domingo, 11 de septiembre de 2011

El circulo de los mentirosos



EL VIAJE DE MONEDA

Un día una moneda decidió saltar del cerdito,
mal ejemplo para el buche porcino
que bien pronto se quedó sin su valioso relleno.
Es lo que tienen los cuartos,
que yéndose los delanteros



se pierden los traseros.


Otro día, 
nuestra moneda exploradora encontró un hogar lleno de luces.
Saltó por el estrecho agujero
y entre limones y diamantes
encontró a mil amantes.
Sonido de victoria,
clarines y trompetas,
y en cascada de plata se fueron todas ellas
en busca de nuevas pesetas.


Hallábase "Moneda" asentada en su monedero,
tranquila,
reposando,
cuando recordó de repente el cumpleaños de su abuelo.
Menos mal que la cabina no estaba muy lejos.


Habló y habló nuestra Moneda
durante dos largos minutos
y al acabarse el tiempo calló y cayó en silencio,
aburrida entre otras monedas.

Las manos eran viejas y curtidas,
la voz áspera y seca.
Moneda oyó el click 
y al tiempo que la luz la iluminaba ellas se precipitaban hacia la saca.
Entonces ocurrió el milagro:
Uno 
Dos
y tres,
hasta tres veces rebotó en el borde 
y al final cayó al suelo.

El anciano la miró perplejo, curioso.
Algo tenía de extraño esa moneda.
Ella se sonrojó nerviosa,
nunca se había sentido tan observada.
De hecho se sintió especial.
La mano bajó con ternura,
la sopesó con añoranza y recuerdos buenos,
el ojo parpadeó dos veces,
y la nariz dio un respingo.
Hubo un momento de suspense...
pero al final, el viejo se la metió en el bolsillo de la camisa,
el del corazón.

Era domingo, tocaba visita.
Preparó su mejor bastón, 
el más robusto,
y se fue a casa de su hijo para ver a su nieto.
Le recibió una gran sonrisa llena de abrazos y achuchones.
Entonces él le dio el paquetito y dos golpecillos en el pelo.
Grandes los ojos,
las palpitaciones muy fuertes,
su primera moneda, Moneda.

De la mano fueron hasta el pequeño cerdito.
Ahí, en la panza redonda
podría descansar de sus muchos ajetreos.
El niño introdujo su primera peseta 
y por fin Moneda se sintió como en casa.



Y esta es, sin duda, la manera preferida en la que las monedas pequeñas viajan por el mundo de uno a otro cerdito.

domingo, 28 de agosto de 2011

El valle del viento helado: Forgotten Realms




La vida necesita aventuras: que nos las cuenten, que las vivamos directa o figuradamente o que las soñemos. Aún recuerdo beberme los libros de aventuras, de espadas y camaradería, de tabernas malolientes con grandes jarras de cerveza, paisajes inhóspitos y bellos. ¿Quién en su vida no ha querido pertenecer a un grupo de aventureros como los de Drizzt y Bruenor o Gandalf y Bilbo, aunque fuera por unas horas. Sumirte en la magia de esas tierras perdidas tan diferentes del triste y aburrido mundo en el que a veces parecemos vivir. Sería tan emocionante levantarte cada día con el sol, junto a tus amigos guerreros, magos y bardos, y tratar de nuevo de salvar el mundo de las terribles garras del mal. Por qué no enfrentarte a un terrible dragón enarbolando una Dragonlance o hacerte amigo de un unicornio mágico.

Yo siempre he soñado con esa magia, y aún hoy sigo soñando, no creo que los sueños se puedan borrar tan pronto de nuestras vidas por el simple hecho de cumplir años. Hoy, ayer, y espero que siempre, seguiré conviviendo con todos esos maravillosos personajes que te hacen reir y emocionarte, que incluso te transmiten su tristeza cuando uno de sus queridos compañeros cae. En concreto yo siento especial debilidad por los enanos, no sé qué tienen esos pequeños y rudos personajes que me hechizan: ¿serán sus grandes jarras de cerveza e hidromiel? O quizás su sinceridad. Ahí están Bruenor BattleHammer el tosco y malhumorado enano que siempre acompaña a Drizzt Do’Urden, el elfo oscuro, con su poderosa hacha y su yelmo con un cuerno roto. Ahí está también Thorin Escudo de Roble con su tropel de divertidos y valientes enanos entrando en casa de Tom Bombadil por parejas, guiados por el intrépido mediano. Ahí está también el gran Gimli, ese enano que empequeñece a los grandes y bellos  héroes de la compañía del anillo: ¡Aún queda un enano vivo en Moria!.

Todos necesitamos aventuras, quizá, si tuviésemos más aventuras nuestra vida sería más divertida, más amena, la gente se odiaría menos y se entretendría menos en ser egoísta y engreído, quizás la gente volviera a reunirse alrededor del fuego en las noches estrelladas para cantar las aventuras de sus héroes y heroínas, aunque estos sean de ficción. Ojalá, nos reuniéramos para esos eventos, en lugar de ir a una discoteca cerrada, anodina, sin personalidad a emborracharnos en el silencio de nuestra soledad interior. Ojalá acompañáramos a nuestros valientes camaradas a las salas abandonas del más antiguo de los reinos enanos y al volver pudiéramos ver el mundo, nuestros problemas con un poco más de relatividad. Pero no es posible, no creo que al más puro estilo Bilbo aparezca un mago barbudo a la puerta de nuestra casa para ofrecernos un aventura semejante. Así, que me conformo, no, no sólo me conformo, sino que lo disfruto, con las aventuras que hay en los libros, en los juegos de rol, en el ordenador. Recupero mi niñez, cuando soñaba más vívidamente que ahora en todas esas aventuras que vivía jugando al rol y releyendo una y otra vez mis queridos libros de aventuras. ¡Y eso que al releerlos de mayor te percatas de lo mal que escritos que están la mayoría de ellos!

Larga vida al Rey Bruenor BattleHammer, que bajo su guía encotremos Gauntlgrym, el más legendario de los reinos Delzoun-


jueves, 4 de agosto de 2011

El cuarteto de Alejandría (II)


Si el primer libro, Justine, representa el mundo de las emociones y el segundo libro, Balthazar, el de la racionalidad, sin lugar a dudas, es en el tercero en el que Lawrence Durrell trata el mundo político. En Mountolive aparece la realidad de los motivos que llevan tanto a Nessin como a Justine a actuar y pensar tal y como lo hacen, transformando así el rico poliedro de sentimientos y razones en una esfera perfecta y justificada en sí misma.

El centro del universo comienza por ser el yo, uno mismo, como en la vida en la que todo parece tan apegado a nosotros que prácticamente nos es imposible concebir la individualidad de los otros y la existencia de las cosas ajenas a nuestros propios actos. Así es como David Darley percibe el primer libro, amor desatado y pasional vinculado inexorablemente a su destino. Más adelante en la vida, parece que empezamos a percibir la importancia que los motivos tienen para las otras personas para las cuales somos algo parecido a lo que ellas son para nosotros, nos alejamos del protagonismo de la historia. Curiosamente, cuando ello empieza a acontecer en "el cuarteto" es cuando el autor considera importante darle un nombre al personaje narrador de Justine, pues anteriormente no fue necesario. Poco a poco el mundo de Darley se va haciendo más pequeño y aparece enmarañado por complejas relaciones interpersonales, sociales y ahora políticas. Su mundo se hace tan pequeño que parece que en él el propio David Darley no tiene agencia, llevado por el maremágnum de eventos e intereses personales y políticos.

Desde hace ya bastante tiempo creo que es así como nosotros nos sentimos en nuestro mundo político. No parece que tengamos acción ni poder, sino que parecemos ser sólo uno más de los personajes necesarios para que la comedia humana continúe. Hasta este año, gracias al movimiento 15M, parecía que la vida política de los españoles consistía en mirar atentamente el televisor de conveniencia mientras esperábamos ganar el mundial, eso sí, al calor de una cerveza siempre arreglábamos el mundo. Algo parece haber despertado, no sabemos a dónde acabará yendo, pero como decía Galeano, lo importante es lo que es, es importante porque está siendo.

Este momento, en el que la entelequia inexistente de los mercados gobierna a los políticos que deberían defendernos, en el que el dinero se ha convertido en el nuevo dios neocon cargado de ideologías racistas y xenófobas es el que tenemos que demostrar que podemos cambiar: que la carne está viva y decide. Que lo que no existe no puede domeñar a lo que sangra, llora y grita. El fallecido Haro Teglen escribía hace ya algunos años: “No nos engañemos, todo país tiene los políticos que se merece”. Y eso es lo que tenemos en España, eso es lo que tenemos en Europa, eso es lo que tenemos en el mundo. Debemos dar un golpe de estado desde el estado y que nuestras armas sean las ideas y la equidad, el equilibrio frente al desborde, la emoción frente a los intereses políticos. 

Si algo me gustaría ver antes de que, viejo ya, caiga fuera de este mundo es sin duda que el mundo de Darley se agrande y su amor, ya no por Justine, sino por Melissa, lo ocupe todo. Si no puede ser así, que al menos sea Clea quien pueda vivir ese amor.


viernes, 29 de julio de 2011

La princesa prometida


Fue hace un par de años, aunque puede que más, pero recuerdo perfectamente lo que fue compartir ese momento.

Hay libros para leerlos cuando buscas algo dentro de ti, otros para emocionarte y vivir sus aventuras o para transformar tu mundo en otro durante las vacaciones. Éste, en cambio, no es ninguno de esos, es un libro para leerlo con otra persona, para compartirlo; no hay muchos de ese tipo.

Desde el momento en el que abres la primera página esa maravillosa película homónima te viene a la mente. Pero es justo en esas primeras páginas cuando comprendes que este libro es capaz de superar incluso a esa gran película: el Español, el gigante André, Billy Cristall, Buttercup, Buttercup, Buttercup y el temible pirata Roberts que no hace prisioneros. Pero también hay mucho más.


Mucho más: aún recuerdo todos esos buenos momentos y risas, noche tras noche junto a ella. La magia de un libro para apagar el poder de la televisión y unirnos en sus aventuras. Esa dulce cara acaramelada y sonriente con ojillos que dudaban entre el sueño y la emoción.

Primera jornada, risas, un sorprendente prólogo de William Goldman que más bien parece un maravilloso relato de humor con el que enseñarte a leer el libro.

Y ahí estábamos los dos, en nuestra nueva casa, en nuestro pequeño oasis nocturno que nos permitía refrescarnos de las obsesivas tesis bajo un dulce olor a buganvilla.
Cada vez que veo el canto del libro en la estantería pienso automáticamente en esos momentos, me acuerdo de todo lo que te quiero.

¿Quién no ha soñado alguna vez con vivir dentro de un cuento de hadas tan maravilloso y divertido como ese? Un cuento que puedes disfrutar al máximo, pues sabes que al final todo saldrá bien. Puedes echarte a buscar, sin miedo, al hombre de los seis dedos y gritarle a la cara: hola, me llamo Iñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir.

Un libro infinito y compartido, un libro al que siempre se quiere volver, como a ti, a mí, a nosotros. Y si alguien más quiere probar, ya sabe, no tiene más que abrir el libro y empezar.

sábado, 16 de julio de 2011

Let England Shake

La muerte siempre ha sido un tema tabú para mí, no me gusta hablar de la muerte, no me gusta saber de ella, ni que se mencione demasiado. Las películas en las que se mata a gente no las soporto. No me refiero a las escenas holiwoodienses en las que un increíble personaje totalmente alejado de la realidad mata a destajo a cien mil personas, ni las escenas desagradables en las que se recrean algunos que se consideran directores. Me refiero a la muerte, la muerte de las personas u otros animales cuando te los crees, cuando una parte de ti siente esa pérdida, esa línea que se corta abruptamente en un barranco de la nada. Aún así, hay en determinados momentos algunas obras sobre la muerte a las que les veo sentido, me impactan y hasta consiguen hipnotizarme, atontando todos mis sentidos en una muerte dulce y melancólica.
Este tipo de enganche me está pasando mucho últimamente con P.J. Harvey, tanto con el White Chalk, como con el Let England Shake, sobre todo con este último. Es como quedar hechizado con los ojos entornados mirando un vacío que te mece suavemente como olas de viento templado y húmedo. Te transporta a otro lugar, a otro momento, con otro cuerpo, etéreo quizás, que aunque parezca incongruente contigo, sabes que no lo es. Cuando escuchas el xilófono misterioso de Let England Shake, o las cuerdas pesadas de The words that maketh murder te transportas a otra época, la época de la epopeya y la gloria del Imperio Inglés. Honor, valentía, heroísmo, batallas, ideología… pero esta música te quita la máscara propagandística que la historia nos ha tendido sobre los ojos, mostrándonos lo que hay tras esas palabras vacías. What is the glorious fruit of our land?/ Its fruit is deformed children/ What is the glorious fruit of our land?/ Its fruit is orphaned children”.
¿Quién es ese héroe soldado, el soldado desconocido? “I have seen and done things I wants to forget”. Qué fácil es soñar con otros mundos de fantasía, en los que luchas contra diversos enemigos siendo tú ese campeón, ese personaje que has leído tantas veces o visto en el cine.
Toda una infancia, y adolescencia, disfrutando de los juegos de rol, que no es otra cosa que vivir emociones y aventuras que no puedes vivir como quien eres en este mundo. ¿Pero cuál sería la realidad de todas esas aventuras? La muerte de tus seres queridos, mutilaciones, abusos, violencia, sangre, muerte, con todas sus letras. Eso es lo que hemos estado haciendo desde que somos humanos, lo que seguimos haciendo y lo que continuaremos haciendo, aunque nos traten de vender el heroísmo, el patriotismo, el valor…
A veces, refugiado en tus fantasías, necesitas que alguien te de un buen meneo, Let Lolo shake, para salirte del ensueño de las aventuras y las fantasías, no porque abandonar esos mundos de magia sea bueno, sino porque te permite apreciar mejor todo lo que sí es bueno de esta apacible y tranquila vida en la que vivimos, apreciar las pequeñas emociones, los pequeños amores, las pequeñas aventuras: ir a ver una película con la que soñabas desde hace un año con la gente que quieres o dar una charla, por qué no la gran aventura de cenar con alguien a quien quieres. Eso, claro sin hablar de las fuete emociones que nublan nuestra vida cuando esa cena es la primera cena, plagada de incertidumbre y en la que la conquista de la tierra parece una minucia en comparación.
¿Por qué nos olvidamos de todas esas emociones que son parte de nosotros? ¿Por qué no las llevamos en nuestra mochila y las degustamos poco a poco cada pocos días? ¿Por qué no, el día que has discutido porque ella ha llegado 30 minutos tarde, sacamos esos pedacitos de turrón y nos volvemos a mirar como aquel día?
Para ello necesito yo un poco de pies en la tierra, ensuciarme, llenarme de barro. The scent of thyme carried on the wind/ stings your face into remembering/ that nature has won again".





sábado, 9 de julio de 2011

El cuarteto de Alejandría (I)

Hace ya algunos años cayó en mis manos un libro delicioso, el cual cambió mi forma de acercarme a algunas personas, quizás viviendo el sueño de un libro en nuestra propia piel. Fue una casualidad o puede que fuese una causalidad, ya que en aquellos años compartíamos mucho de los que éramos y queríamos llegar a ser, aunque creo que en parte nunca fuimos. Un verano leí Justine, pero no la del Marqués de Sade, sino la de Lawrence Durrell, ahijado exiliado de Henry Miller. Ese mismo verano, desde otro lugar y sin casi contacto, sus ojos grandes leían las mismas palabras que los mios. Sin saber, pero ambos gozándolo. Creo recordar aún, con bastante exactitud, como nos redescubrimos al compartir este conocimiento, secreto para nosotros entre nuestros amigos, pues ninguno de ellos lo conocía. Supongo que es lo bueno de ser jóvenes, siempre acabas descubriendo cosas maravillosas que otros ya tienen más que olvidadas.
Años después, realmente, casi una década después, el mismo libro ha caído en mis manos, aunque esta vez en inglés, en el original, lo que me permite vivir la energía de la prosa poética de Durrell. Ella, unos meses antes que yo también había vuelto a releerlo, aunque ahora nuestras vidas son muy distintas, nuestras distancias y cercanías también, físicas y mentales, porque aunque siempre estaremos ahí cuando el otro lo necesite, cotidianamente no lo estamos. No es que haga un reproche, ¿a quién, a la vida? sino que  atestiguo un hecho. A veces tienes que remar contracorriente para salir del corazón de las tinieblas y estar junto a los tuyos, pero si dejas de bogar la marea te arrastra más y más allá, de forma que acaba siendo más fácil dejarte llevar hasta las nuevas costas, quizás las de Alejandría.
Justine es una Maga del existencialismo literario, pero una Maga llena de recovecos y redefiniciones que vas descubriendo más y más cuando lees Balthazar, Mountolive y Clea. Tantas formas de vivir una misma vida, de enteder la vida desde tantos puntos, tal y como es, imposible de entenderla deteniéndote en un momento o en un espacio. Pero no importa, porque la vida es nuestra tal y como la vivimos, aunque luego nos demos cuenta de que todo, las motivaciones, las situaciones, las emociones, eran muy diferentes.
Esta es una huella profunda, puede que una de las mayores, quizás por eso he elegido comenzar con ella este diario encapsulado, esta rosetta de mi vida. Y es profunda porque está Sofía y está el cuarteto. Dos pilares de mi vida.

.....

And all this brings me back to myself, for I too have been changing in some curious way. The old self-sufficient life has transformed itself into something a little hollow, a little empty. It no longer answers my deepest needs. Somewhere deep inside a tide seems to have turned in my nature. I do not know why but it is towards you, my dear friend, that my thoughts have turned more and more of late. Can uno be frank? Is there friendship possible this side of love which could be sought and found? I speak no more of love- the word and its conventions have become odious to me. But is there a friendship possible to attain which is deeper, even limitessly deep, and yet wordless, idealess? It seems somehaow necessary to find a human being to whom one can be faithful, not in the body (I leave that to the priests) but in the culprit mind? But perhaps this is not the sort of problem which will interest you much theses days.