viernes, 23 de septiembre de 2011

Los viajes de Gulliver



Tal vez Lemuel Gulliver se lanzó a los nuevos mundos sencillamente porque no comprendía al ser humano. Es posible que Gulliver, asqueado de la falta de cariño, de respeto por el prójimo, de amor, en definitiva, decidiera embarcarse y desaparecer del mundo conocido. Pero no pudo escapar de lo que era, de lo que siempre seremos los humanos, querámoslo o no: un simple yahoo, con todas las connotaciones que eso tiene.

Huyendo de la vanidad y el engreimiento desembarcó en Lilliput, donde comprendió que el tamaño de la mezquindad es inversamente proporcional al del ego, como les ocurre a los políticos.

Capturado en Brobdingrag descubrió la opresión y la esclavitud del poderoso frente al débil, la infravaloración y los tempranos límites de la inteligencia que algunas personas, perdón, seres, pueden alcanzar.

Más allá, en Laputa se encontró con la sobre estimación de la tecnología y la sabiduría científica panacea de todos los males, infalible bálsamo de Fierabrás, tecnología tan sublime que es capaz, incluso, de destruir su propio mundo. Es posible que algunos políticos no-ecologistas, bebedores de religión científica que aplacará a los dioses de la sobre explotación acaben viviendo bien, después de todo, en Laputa.

Finalmente Gulliver, sí sí, el mismo huidizo yahoo que reniega de la brutalidad humana, se encuentra consigo mismo, con nosotros, vamos, con ellos, también: los yahoos. ¿Dónde? En el país de los Houyhnhnms. Donde comprende lo salvaje que puede ser un humano que dedicadamente reúne las peores cualidad de un liliputiense, de un Brobdingrag, de un Laputiano y, cómo no, de un bestial yahoo, que es lo que somos. ¿Por qué nos gustan los caballos? He aquí la respuesta. ¿Por qué montamos a los caballos y los tratamos como animales? He aquí la sinrazón.

Así pues, al pobre Gulliver, al llegar a casa, no le queda otra que vivir apartado en sus cuadras, tratando de evitar el contacto con los despreciables yahoos que habitamos en este planeta.
Y esto es más o menos lo que Jonathan Switf quiso contarnos sobre la política, los políticos, nosotros mismos y nuestra querida mezquindad. No es un libro de aventuras, por favor, es una pura ironía sobre lo que somos. 

El único pero es que nos de vergüenza vernos reflejados de una manera tan realista y que… bueno, no hayamos cambiado un ápice desde 1726, sobre todo los políticos.

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