domingo, 18 de marzo de 2012

Tarás Bulba: Nikolai Gogol


 Recuerdo como hace muchos, muchos años, en la adolescencia, mis padres me compraron algunos libros de una maravillosa colección titulada “Tus libros”, de la editorial ANAYA. Eran libros clásicos, aunque muy accesibles, pues todos ellas eran de aventuras: Ivanhoe, Flecha Negra, Robín Hood… Y entre ellos estaba ese libro con unas fenomenales ilustraciones llamado Tarás Bulba.

Hace apenas unas semanas surgió en una conversación y nos preguntábamos quién era el autor del libro. De algún rincón semiolvidado de mi memoria surgió la asociación: Tarás Bulba, de Nikolai Gogol. Pero no estaba seguro, así que fui a ver si el libro estaba donde yo recordaba y lo encontré. Lo encontré y me llamó la atención tanto que me lo llevé a mi casa. Me traía tantos recuerdos de esas noches leyendo aventuras. Fue un momento de mi vida donde descubrí que había una tremenda cantidad de aventuras más allá del reino de Tolkien y R. A. Salvatore. Así que me lo volví a leer y disfruté como un enano.

Es un libro corto, de hecho suele venir editado dentro de un compendio de obras escogidas de Gogol. En el libro se cuentan los ires y venires de Tarás Bulba, un añejo coronel retirado y sus dos hijos, Ostap y Alexei. Cuenta también la historia de los cosacos de Kiev, la actual Ucrania, y sus vicisitudes con los invasores polacos, los tártaros y el imperio otomano. Habla también del honor, del amor, de la dignidad y del valor. Los rasgos que según Gogol definen a un cosaco, bueno, junto con manirroto, mujeriego, borracho y alborotador. Tarás Bulba es un libro lleno de descripciones apasionadas de los paisajes de la estepa que tienen tanto colorido y olor que al leerlos sientes estar ahí cabalgando a galope tendido sobre las verdes sendas de libertad.

Conforme avanzaban, la estepa iba adquiriendo mayor belleza. Toda la parte meridional que hoy constituye la Nueva Rusia hasta el mismo Mar Negro era una inmensidad de vegetación virgen. El arado no había pasado nunca por el inconmensurable oleaje de las plantas silvestres. Las habían hollado tan sólo los caballos que se ocultaban en ellas como en un bosque. No podía haber nada mejor en la naturaleza. Toda la superficie de la tierra era un océano verdigualda salpicado de miles de flores distintas. Entre los altos y delgados tallos de la hierba  traslucían los acianos de color celeste, azul o liliáceo; la ginesta amarilla lanzaba hacia arriba su inflorescencia piramidal; el trébol blanco salpicaba la superficie con sus umbelas, y una espiga de trigo, venida Dios sabe de dónde, maduraba en medio de todos ellos. Pegadas a la tierra correteaban las perdices alargando el cuello. En el aire vibraban miles de voces distintas de aves…”

Galopando libres en sus veloces corceles en busca de la camaradería de la Zaporozhie, de ahí, junto al ejército de Zaporogos a defender la dignidad de la verdadera religión frente a los agravios judíos y polacos. Asaltos, asedios, crímenes, traiciones, heroicidades… Además, otro de los grades atractivos de este relato es que su narración es la que más se asemeja a la de la Ilíada. Batallas en las que aparecen héroes cuyas hazañas son recontadas entre paréntesis antes del desenlace de su duelo con otro campeón polaco. Pero ante todo es un libro de carácter, un libro de personalidades, de lo que cada uno de nosotros prima en la definición de sí mismo. Y, me pregunto, ¿quién no querría, al menos en parte, ser Tarás Bulba? Ser alguien de quién al final de sus días, los jóvenes no dejen de hablar de ti, de tenerte como guía, como alguien que, aún después de muerto, puede ayudar a los que son de los tuyos.



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