Madre, yo al oro me humillo;él es mi amante y mi amado,pues, de puro enamorado,de continuo anda amarillo.Que pues, doblón o sencillo,hace todo cuanto quiero,
poderoso caballeroes don Dinero.
Y ante él se ha rendido nuestro
reino durante siglos. Pero un día, viejo y decrépito, don Dinero, cuyo único
amigo era Midas, murió. El entierro fueron todo galas y boato, pero nadie fue a
disfrutarlo, la entrada costaba tanto…
De repente, esa mañana la gente
se levantó con otro ánimo, como menos presionada, como más alegre, algunas
mujeres canturreaban (Nunca vi damas ingratas/ a su gusto y afición, que a las
caras de un doblón…), pero lo hacían en voz baja y mirando indiscretas al
muchacho galán y no al villano fiero. En fin, que todos a sabiendas, noticias
corren en el mentidero, de la muerte de don Dinero, olvidan sus deudas y
adeudos y con Dionisio al desenfreno. Tremenda celebración del funeral de don
Dinero. Pero en mitad de la gozosa orgía, de la que hasta el noble juez tomó
partido, vieron un resplandor dorado salir del cementerio. Y acercarse, poco a
poco, y cada vez más grande. El vino se fue agriando, así como las canciones obscenas.
Los manoseantes caballeros aposentaron sus velludas extremidades en la culatas
de sus pistolas y en las jarras de sus espadas. Algo malo se olía en el viento.
Esa luz… sí, ese olor a rancio, ese malestar, ese peso. No podía ser pero era,
el maldito don Dinero hasta a Dios había corrompido.
Por importar en los tratosy dar tan buenos consejosen las casas de los viejosgatos le guardan de gatos.Y pues él rompe recatosy ablanda al juez más severo.
poderoso caballeroes don Dinero.
Pero este maldito villano ya no
era de carne y hueso, así que ni espadas con cazoleta, ni pistolas ni besos. A
joderse, como dijo un joven labriego, y a someterse, como sabiamente convidó el
curilla del pueblo. Ha vuelto el espíritu de don Dinero.
Y así hemos estado hasta ahora,
bajo la etérea bota de un sádico pesetero al que el brillo de un doblón le
gusta más que al más avaro de los piratas. Ay, espíritu de don Dinero, ayer nos
rendimos a tus fueros y hoy y siempre, condenados quedamos, para que nos
maltrates, esclavices, atomices, descuartices y todos los malditos ices que se
te ocurran.
Hace unos días volvió con su
juego, organizó unas elecciones. Unas elecciones democráticamente democráticas,
en las que según dicen, es el pueblo quien tiene el poder. de hecho, es una
fiesta. Pues como no se parezca esta festividad a la orgía que jodió don Dinero…
Esta es una elección decidida mayoritariamente por una crisis organizada por
entelequias vagas de especuladores. Lo triste es que estos especuladores ni
siquiera son tan dignos como don Dinero. No, son sus curillas, sus sacerdotes,
fanáticos de su espíritu, su alma, en fin, lo peor de cada casa. A ellos nos
rendimos, “los mercados”, esos nuevos supervillanos que ni siquiera tienen la
decencia de presentarse antes de darte la patada.
Esperaba en las elecciones… no sé
lo que esperaba. En realidad lo último que tenía era ilusión. No veía salida,
supongo que es lo que nos quitan primero, para que no luchemos. Pero no
esperaba, eso seguro, encontrar la mayor concentración de poder que ha habido
en la España democrática: ayuntamientos, comunidades autónomas, diputaciones
provinciales y cortes nacionales gobernadas por un mismo partido en mayoría
absoluta. No me parece ilegítimo, no me parece ilegal, no me parece deshonesto,
me parece peligroso. Las instituciones se generaron para repartir el poder, la
descentralización es fruto de ese control al poder político. Y nosotros,
ciudadanos, más dignos que un pan seco, que el vino peleón de la orgía del funeral
de don Dinero, le hemos otorgado a un mismo partido todo el poder que puede
tener en estos momentos un estado. ¿Pero verdaderamente se lo hemos otorgado
nosotros? ¿O quizás ha sido ese maldito tufillo del espíritu de don Dinero?
Ahora lo veo claro, zapateando
alegre y contengo con sus ingrávidos tercios sobre nuestras diminutas cabezas,
carcajeando, disfrutando, pisoteando. Ni muerto ni vivo, sino eterno. Ahora le
veo claro, desde el inicio, con su olor a rancio y su bolsillo lleno, el
verdadero dios, ese maldito y poderos caballero. Ah sí, don Dinero, don Dinero.
Como jodes don Dinero. Pero sabes qué. Que te reto, sí te reto a un duelo. Tú róbame,
aplástame y haz de mí todo lo que quieras, que yo como mi buen amigo Quevedo,
el más feo de los caballeros, me iré a un buen mentidero y allí a despecho te despacharé
con gusto haciendo coplillas satíricas y sonetos. ¡Tú me joderás la vida, pero
yo te amargo los sueños!
Ay, poderoso, poderoso,
Sí,
Poderoso caballero es don Dinero.