domingo, 18 de diciembre de 2011

Primera página: Primavera silenciosa de Rachel Carson


Todos los días nos levantamos y sentimos que el mundo sigue tal y como lo dejamos anoche. Pero no es así: el mundo cambia y nosotros lo cambiamos también. El poder del ser humano para desestabilizar los equilibrios dinámicos de los ecosistemas es espeluznante. La ceguera con la que nos movemos por el mundo , pensando exclusivamente en nosotros o nuestro grupo, es alarmante. Pero afortunadamente la capacidad de reacción que hemos mostrado en los momentos más difíciles de la humanidad es esperanzador. Abajo podemos ver uno de los casos que estuvo a punto de fracturar de forma definitiva los diversos ecosistemas de la Norteamérica rural. El ser humano, al limite, justo antes del precipicio, consiguió cambiar. Lo cambiamos nosotros, los humanos, las personas que lo habíamos creado. Se consiguió que las empresas pararan la producción de TDT, aunque no quisieran, que los políticos gobernaran a las multinacionales, aunque no quisieran, que los lobbys se callaran, aunque no quisieran. Porque cuando nos unimos, nadie no puede callar. Y todo fue fruto de buenas explicaciones, en cuanto la gente comprendió lo que estaba pasando y lo que implicaba decidió cambiar.

El TDT fue una amenaza terrible que estuvo apunto de arrojar la vida básica de muchas regiones de EEUU. Con la intención de matar algunos insectos problemáticos se envenenaron las cosechas, las aguas, las tierras… Ahí empezó a comprender el ser humano que las reacciones vienen encadenadas y que el peligro viene de lo que no podemos ver. Un ejemplo claro es la muerte de las lombrices, insignificantes a primera vista, ignoradas por todas y vitales para la regeneración y oxificación de la tierra. Eso por no hablar de las cadenas tróficas alterados los ciclos de retroalimentación positiva que generan desequilibrios exponenciales en diferentes áreas.

Un libro delicado y sincero, un libro que te abre los ojos y te inserta en la sociedad natural, un libro de cincuenta años atrás que sigue siendo de total actualidad. Porque el único camino que tenemos es entender nuestro lugar en el mundo. Porque tenemos que cambiar y tenemos que hacerlo ya, pues aún estamos a tiempo. Porque no queremos que este mundo se convierta en una primavera silenciosa. Por ello, esta página debe ser leída, y las que vienen detrás.


Había una vez una ciudad en el corazón DE Norteamérica donde toda la existencia parecía vivir en armonía con lo que le rodeaba. La ciudad estaba enclavada en el centro de un tablero de ajedrez de prósperas granjas, con campos de cereales y huertos donde, en primavera, blancas nueves de flores sobresalían por encima de los verdes campos. En otoño, las encinas, los arces y los abedules, ponían el incendio de sus colores que flameaban y titilaban a través de un fondo de pinares. Entonces, los zorros ladraban en las colinas y los ciervos cruzaban silenciosamente los campos, medio ocultos por las nieblas de las mañanas otoñales.
A lo largo de las carreteras, el laurel, el viburno y el alder, los grandes helechos y las flores silvestres deleitaban el ojo del viajero la mayor parte del año. Incluso en invierno, los bordes de los caminos eran lugares de gran belleza, donde incontables pájaros acudían a comerse las moras y las bayas, y en los sembrados, el rastrojo sobresalía de entre la nieve. La comarca era famosa por la abundancia y variedad de sus pájaros y cuando la riada de las aves migratorias se derramaba sobre ella en primavera y en otoño, la gente llegaba desde grandes distancias para contemplarla. Otros iban a pescar en los arroyos que fluía claros y fríos, de las montañas y que ofrecían sombreados remansos en que nadaba la trucha. Así sucedió en remotos días, hace muchos años, cuando los primeros habitantes edificaron sus casas, cavaron sus pozos y construyeron sus graneros.Entonces un extraño agostamiento se extendió por la comarca y todo empezó a cambiar. Algún maleficio se había adueñado del lugar; misteriosas enfermedades destruyeron las aves de corral; los ovinos y las cabras enflaquecieron y murieron. Por todas partes se extendió una sombra de muerte. Los campesinos hablaron de muchos males que aquejaban a sus familias. En la ciudad, los médicos se encontraron más y más confusos por nuevas clases de afecciones que aparecían entre sus pacientes. Hubo muchas muertes repentinas e inexplicables, no sólo entre los adultos, sino incluso entre los niños que, de pronto, eran atacados por el mal mientras jugaban, y morían a las pocas horas.Se produjo una extraña quietud. Los pájaros, por ejemplo… ¿dónde se habían ido? Mucha gente hablaba de ellos, confusa y preocupada. Los corrales estaban vacíos. Las pocas aves que se veían se hallaban moribundas: temblaban violentamente y ni podían volar. Era una primavera sin voces. En las madrugadas que antaño fueron perturbadas por el coro de los gorriones, golondrinas, palomos, arrendajos y petirrojos y otra multitud de gorjeos, no se percibía un solo rumor; sólo el silencio se extendía sobre los campos, los bosques y las marismas.(…)
Un ceñudo espectro se ha deslizado entre nosotros casi sin notarse, y esta imaginaria tragedia podría fácilmente convertirse en completa realidad que todos nosotros conoceríamos.¿Qué es lo que ha silenciado las voces de la primavera en incontables ciudades de Norteamérica? Este libro trata de explicarlo.”

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