domingo, 22 de enero de 2012

Once Upon a Time



Un día cualquiera, la verdad es que no consigo recordad si era lunes, martes, miércoles, la verdad ni idea, me levanté sin más, como todos los otros días. Pero no era así, algo en mi interior me hacía sentir diferente. ¿El qué podría ser?, quedaba fuera de mi raciocinio. De hecho, lo único que yo notaba es que estaba un poco diferente: ni mejor ni peor, diferente. Me miré en el espejo y ahí estaban mis dos ojos, mi nariz y mi boca, todo correcto. Mis pies también parecían estar donde tenían que estar, dentro de sus zapatillas peludas. Brazos, correctos. La barriga ni más ni menos hinchada que el día anterior. En realidad yo podía decir que era yo, aunque no me sentía el mismo yo que ayer. Tampoco es que haya sido nunca un hombre que me haya dado por pensar mucho, negarlo sería una tontería. Así que me tomé mi café, que me supo un poco diferente, arranqué mi coche y me piré a trabajar porque con la tontería llegaba ya un cuarto de hora tarde. Puse la radio en la frecuencia de todos los días, eso sí, la voz que salía tenía un eco… apagué la radio. Entonces lo oí: Dong, Dong, Dong, Dong, Dong, Dong, Dong, Dong…; las ocho. El reloj de la iglesia, por primera vez en 33 años, había sonado. ¿Sería fruto de las últimas elecciones municipales? Mira que me extrañaba.

Sin darme mucha cuenta fui decelerando mi destartalado Chevrolet (coche que me había comprado únicamente por cómo sonaba su nombre) hasta detenerme. De repente, un impulso en la pierna derecha, otro en la mano, y sin saber cómo había abierto la puerta y me precipitaba hacía el asfalto. Mis pies iban solos, y os puedo asegurar que eso sí que era raro. Afortunadamente mi cuerpo seguía pegado por la cintura, de forma que pude seguirles. En mi deambular caótico que me dirige hacía la torre del reloj me doy cuenta de que no voy solo. Mis ojos se giran para mirar fijamente a un hermoso “Pepito grillo” vestido de Tweed. No puede ser, parpadeo numerosas veces, pero no hay cambio, es una certeza, ni mota ni alucinación, es Pepito Grillo. El susodicho me mira sonriente y eleva su paraguas en señal de saludo. Mi cara, totalmente desbordada de sorpresa no consigue devolver el saludo. Mis piernas, que me habían concedido este sorprendente receso vuelven a la carga y me presionan hacía el reloj. Y entonces sí, sí que los veo. ¡A todos ellos: Caperucita (que buena que está la moza), Cenicienta, Geppetto, el Hada Madrina!!!

¡Dios! ¡Flipo! Estoy completamente seguro de que esta transmutación, esta metempsicosis de cuento no se debe en absoluto a las elecciones municipales. ¿Qué diablos ha pasado?
Y PLUFFF, fue en ese preciso momento cuando me convertí en calabaza.

1 comentario:

Maria Luna dijo...

Aunque tiene sus ventajas descubrir que eres un personaje de cuento, a lo Once upon a time...¡sigue habiendo personajes tipo políticos retorcidos! En este caso, sólo le salva que es Robert Carlyle jejeje
(Serie muy recomendable también desde mi punto de vista, por cierto)