sábado, 24 de marzo de 2012

Propopías: Los puntos


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Pasadas ya las doce de la mañana un punto se revolcó y revolcó hasta convertirse en línea. La línea, harta de estar tumbada se erguió y junto su proyección en la sombra formó un triangulo. El triangulo se dividió por meiosis hasta convertirse en una preciosa pirámide tetraédrica. Fue en ese momento, cuando la pirámide, por un proceso de metempsicosis, se volvió a transformar en un triste punto.

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El punto sonrió acalorado, mirando con ternura las ardientes curvas de su compañera. La verdad la verdad es que para ser un signo de puntuación esa coma estaba tremenda. Carraspeó profundamente pensando en las incansables horas de sexo de las que podría disfrutar con semejante pausa y se acercó gallardo. La coma le miró con detenimiento, revisando cada pequeño pliegue de su redondez. Al final suspiró comprendiendo que ese no era más que un punto y seguido.

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Otro punto estaba esperando para entrar en la Real academia de la lengua. Esperaba intranquilo, pues llevaba allí más de dos horas. Le parecía increíble que no quisieran atenderle: con la cantidad de problemas que podría resolver. Finalmente vio su opción. Dos puntos con pase se apresuraban hacia la entrada y él, como si nada se coló a sus espaldas como si fueran unos amables puntos suspensivos. Al menos había conseguido entrar.

domingo, 18 de marzo de 2012

Tarás Bulba: Nikolai Gogol


 Recuerdo como hace muchos, muchos años, en la adolescencia, mis padres me compraron algunos libros de una maravillosa colección titulada “Tus libros”, de la editorial ANAYA. Eran libros clásicos, aunque muy accesibles, pues todos ellas eran de aventuras: Ivanhoe, Flecha Negra, Robín Hood… Y entre ellos estaba ese libro con unas fenomenales ilustraciones llamado Tarás Bulba.

Hace apenas unas semanas surgió en una conversación y nos preguntábamos quién era el autor del libro. De algún rincón semiolvidado de mi memoria surgió la asociación: Tarás Bulba, de Nikolai Gogol. Pero no estaba seguro, así que fui a ver si el libro estaba donde yo recordaba y lo encontré. Lo encontré y me llamó la atención tanto que me lo llevé a mi casa. Me traía tantos recuerdos de esas noches leyendo aventuras. Fue un momento de mi vida donde descubrí que había una tremenda cantidad de aventuras más allá del reino de Tolkien y R. A. Salvatore. Así que me lo volví a leer y disfruté como un enano.

Es un libro corto, de hecho suele venir editado dentro de un compendio de obras escogidas de Gogol. En el libro se cuentan los ires y venires de Tarás Bulba, un añejo coronel retirado y sus dos hijos, Ostap y Alexei. Cuenta también la historia de los cosacos de Kiev, la actual Ucrania, y sus vicisitudes con los invasores polacos, los tártaros y el imperio otomano. Habla también del honor, del amor, de la dignidad y del valor. Los rasgos que según Gogol definen a un cosaco, bueno, junto con manirroto, mujeriego, borracho y alborotador. Tarás Bulba es un libro lleno de descripciones apasionadas de los paisajes de la estepa que tienen tanto colorido y olor que al leerlos sientes estar ahí cabalgando a galope tendido sobre las verdes sendas de libertad.

Conforme avanzaban, la estepa iba adquiriendo mayor belleza. Toda la parte meridional que hoy constituye la Nueva Rusia hasta el mismo Mar Negro era una inmensidad de vegetación virgen. El arado no había pasado nunca por el inconmensurable oleaje de las plantas silvestres. Las habían hollado tan sólo los caballos que se ocultaban en ellas como en un bosque. No podía haber nada mejor en la naturaleza. Toda la superficie de la tierra era un océano verdigualda salpicado de miles de flores distintas. Entre los altos y delgados tallos de la hierba  traslucían los acianos de color celeste, azul o liliáceo; la ginesta amarilla lanzaba hacia arriba su inflorescencia piramidal; el trébol blanco salpicaba la superficie con sus umbelas, y una espiga de trigo, venida Dios sabe de dónde, maduraba en medio de todos ellos. Pegadas a la tierra correteaban las perdices alargando el cuello. En el aire vibraban miles de voces distintas de aves…”

Galopando libres en sus veloces corceles en busca de la camaradería de la Zaporozhie, de ahí, junto al ejército de Zaporogos a defender la dignidad de la verdadera religión frente a los agravios judíos y polacos. Asaltos, asedios, crímenes, traiciones, heroicidades… Además, otro de los grades atractivos de este relato es que su narración es la que más se asemeja a la de la Ilíada. Batallas en las que aparecen héroes cuyas hazañas son recontadas entre paréntesis antes del desenlace de su duelo con otro campeón polaco. Pero ante todo es un libro de carácter, un libro de personalidades, de lo que cada uno de nosotros prima en la definición de sí mismo. Y, me pregunto, ¿quién no querría, al menos en parte, ser Tarás Bulba? Ser alguien de quién al final de sus días, los jóvenes no dejen de hablar de ti, de tenerte como guía, como alguien que, aún después de muerto, puede ayudar a los que son de los tuyos.



domingo, 11 de marzo de 2012

El hombre que pudo reinar: Rudyard Kipling


Hermano de un príncipe y compañero de un mendigo ha de ser para ser digno
 Esta es una de esas aventuras que te transportan más allá de tus mundanas fronteras del día a día, una de las que te hacen ponerte un turbante en la cabeza y creerte el Gran Alejandro en mitad de un reino enterrado en el olvido. Peachey Taliaferro Carnehan y Daniel Dravot, ex-oficiales del real ejercito de su majestad, olvidados en las lejanas tierras en busca de cualquier aventura y beneficio. Dos hombres y varias mulas cargadas de rifles que se disponen a cruzar en el peor de los momentos una montaña imposible, el imposible que les separa de los sueños. Aquello que sería ya de por sí una aventura increíble es no más que el inicio de lo que más adelante será la verdadera historia de “El hombre que pudo reinar”. Y es interesante que la traducción haya sido realizada con la estructura de “el que pudo”, es interesante porque deja en claroscuro sobre si tuvo el poder de reinar o fue sólo una tentativa nula. En realidad lo que sí que hizo Daniel Dravot fue reinar sobre su propia vida y su decisión.


Decisión es lo que te lleva a avanzar, pero no lo que define el camino. El camino está muchas veces definido por otras cosas: cómo un puñado de supersticiones que pueden hacerte caer hasta lo más bajo o encumbrarte en el trono de un imperio. En este caso, algo tan sencillo como un amuleto de los masones: la escuadra y el compás, herramientas básicas para el diseño de las catedrales, y en el centro una “g” perteneciente a la palabra “gnosis”. Ese símbolo unido a la leyenda de Alejandro el Magno es la que hace que un hombre de carne y hueso como Daniel Dravot se transforme en un dios. ¿Y qué es lo único que puede derrotar a un dios? El amor ciego, al que no obedece ni el algebra, ni la gnosis, ni la razón. Ese es el otro gran elemento que conforma el camino por el que transcurre la voluntad de Daniel, y del resto de los hombres.

Siempre se dice que detrás de una gran guerra hay una pérfida mujer o una ignota doncella que desencadena el conflicto, como si ella fuese la causante, la mala. Supongo que es una explicación creada por los hombres que tenían el poder con el fin de justificar sus bárbaros actos y quedar exculpados de toda responsabilidad. Pero la verdad es que lo que hay detrás de toda gran guerra es una obsesión: por un hombre, por una mujer, por un cacho de tierra o por la gloria. En este caso, Kipling hace pendular la historia en perfecta armonía entre las tres fuerzas: la voluntad, el misticismo y la pulsión obsesiva del amor.
Pero si esos tres elementos son el esqueleto de la historia, la sangre que borbotea, el corazón que palpita es la amistad, la amistad indestructible entre Daniel Dravot y Peachy Carnehan. Amistad que dura más que la propia muerte.

Esta es una historia que me ha fascinado siempre, primero a través del a fantástica película interpretada por Sean Connery y Michael Kein y después a través del relato escrito. Es una historia que me ha emocionado, que me ha transportado, que me ha hecho vivir otras vidas e interesarme por un momento histórico muy alejado del mío. Es una historia que, sobre todo, me ha hecho prestar más atención a la voluntad con la que debemos afrontar la vida, a la cultura y lo desconocido que nos rodea siempre, al amor por el que debemos luchar cada segundo de nuestras vidas, aunque sobre todo… a la amistad. Me ha hecho prestar atención a todas estas cosas porque bajo ningún concepto quiero yo perderme una aventura como esta.