domingo, 30 de octubre de 2011

Cyrano de Berçerac

Muchos años hace ya desde que este libro cayó en mis manos. Leerlo por primera vez en mi adolescencia romántica y encontrarme con mi propio ser. Eso sí, un poco más cobarde, diría yo. Pero cobarde sólo en lo que a hazañas bélicas se refiere, pues el pudor y la vergüenza de dirigirle una sólo palabra a la persona amada eran, para él y para mí, la misma tortura. Como viví yo aquellos años en los que me buscaba a mí mismo, pensando, quizás demasiado, en la otra persona. Es el anhelo. Lo que te lleva a sentir esas pasiones grandilocuentes que un día te sumergen en los infiernos y al siguiente, quizás con una sola mirada, te ascienden hasta los cielos. Tantas caras, tantos sueños, tantas promesas: Vanessa, Penélope, María José… Hazañas no logradas que marcan mi pasado, experiencias llenas de vida y recuerdos de algo que ni siquiera llegó a ser un más allá.




La adolescencia de la pasión es la que más nos acerca al arte, al orgullo. Hace muchos años, mi profesora de literatura, María Victoria de Benito (Mavi) me dijo que es el sufrimiento el que nos hace crear obras de arte: de ahí nuestros maravillosos siglos de oro. Quizás llevase razón, al menos en parte. Sufrir y sentir necesidad de escribir es todo uno, aunque claro, eso no implica que lo escrito sea meritorio de ser leído. Al menos como purga vale, y si no que le pregunten al Marqués de Sade y su Justine.

Pero más allá del amor hay un rasgo en Cyrano con el que me sentía, y aún hoy siento, totalmente identificado, el orgullo. Y no hablo de la vanidad, sino del orgullo, el de verdad, el puro, el que te hace poder seguir siempre adelante. Recuerdo al inicio de la obra unos versos deliciosos, cuando Valvert quiere intimidarle considerándole simple plebeyo, hidalguillo sin guantes
Es más noble mi elegancia.Si visto con negligenciay cual dama no me aliño,es más blanca que el armiñoy más limpia mi conciencia.Pobre y humilde es mi traje;más el sol no me alumbrarasi mi claro honor mancharani aún la sombra de un ultraje.Al más estrecho deberme ciño, y no mi cinturapongo en constante torturapara buen talle tener.No soy siervo de la moda,mi voluntad es mi ley,y, orgulloso como un rey,hago cuanto me acomoda.Desprecio las vanidadesy el valor que estriba en telas,y hago sonar como espuelasa mi paso las verdades.(…)¡Venirme a insultarporque guantes no tenía!...Uno quedábame un día,recuerdo, de un viejo par.Bien pronto de él me libré;menguada molestia diome;vino un necio, importunome,y en su rostro lo dejé.

Jajá. Quién fuera Cyrano para tener el honor de dejar a alguien tan plantado. Tantos se lo merecen ya en este siglo nuestro. Aunque hay que reconocer que la lengua de Cyrano no sería lo mismo sin su espada. Recuerdo a Cyrano, manoseo el viejo libro de la colección Austral, releo sus páginas y versos y no puedo más que retrotraerme a mi adolescencia. A aquellos amores, a aquellos temores, a aquellos momentos tan importantes que vivía. Sentir cada día que estaba escondido en la penumbra de un patio recitando mis verdades a ella, la amada. Que en el secreto de la noche, camuflado este cuerpo menospreciado, sentía como a través de la sonoridad de la palabra se mostraba la fuerza de mi alma. Alma, que según yo, si ella la hubiese conocido de verdad, no hubiese dudado en arrojarse perdida a la mar de mis entrañas. Pero no, como nariz prominente, el miedo, el temor al ridículo, la vergüenza, la creencia en que ella nunca se fijaría en mi se levantaban para arrinconarte y dejarte fuera de la magia. Un simple amigo, como el cariño que Roxana hacia su primo-hermano, su mejor amigo, quizá, pero no más que amigo. Y un alma loca necesita ser amada.
¿Recordáis? Bajo el balcón
Cristián de amor os hablaba;
yo en la sombra, le apuntaba,
esclavo a mi condición.
Yo debajo, a padecer
y con mis ansias luchar;
otros arriba, a alcanzar
la gloría, el beso, el placer.
Es ley que aplaudo juicioso
con mi suerte en buen convenio:
porque Molière tiene genio,
porque Cristián era hermoso.
Sufrir en la sombra el amor que no es recibido, ¿quién no ha sentido eso alguna vez? ¿Quién no ha probado la amargura del desamor, del imposible que nunca se vuelve posible, sigue ahí distante, pero al alcance de la mano, sólo que un poco más lejos. Todos lo hemos sentido, pero pocos hemos tenido el valor de al menos hablar escondidos, bajo un balcón oscuro. El valor de poder hablar de amor, aunque ese amor no fuera a volver hacia ti. Cada vez que escucho a Depardieu susurrando con voz grave esos versos que suben despacio hasta el pequeño oído se me pone la carne de gallina. Y veo con claridad el placer que supone hablarle de amor a tu persona amada, aunque sea sólo para decirle lo que de verdad sientes.
¿No os parece
la ocasión deliciosa? No nos vemos:
sólo, en la oscuridad, adivinamos
que sois vos, que soy yo, que nos amamos…
Vos, si algo veis, es sólo la negrura
de mi capa; yo veo la blancura
de vuestra leve túnica de estío…
¡Dulce enigma, que halaga al par que asombra!
¡Somos, dulce bien mío.
vos una claridad y yo una sombra!
Vos ignoráis, idolatrado dueño,
lo que son para mí tales instantes…
Si alguna vez, en mi amoroso empeño,
fui elocuente… (R: ¡Lo fuiste!)
¡Ah señora!
De mi pecho palabras tan amantes
jamás salir pudieron hasta ahora.
(R: ¿Por qué?)
Porque os hablaba poseído
del vértigo que aturde al desdichado
al poder de esos ojos sometido.
(…)
De hablaros mi afán crece,
mas no sé qué me pasa, que parece
que por primera vez hablo esta noche.
Un soneto bajo un árbol, una caricia en un autobús, una broma en la clase o una visita cariñosa. Eso era el amor, ese amor desesperado, ese amor loco que todo lo puede, el que Quevedo definía como hielo abrasador y fuego helado. Luego vino el otro, el amor de verdad, el tangible, que te hace sentirte vivo, pero ya es diferente, ni mejor ni peor, diferente. Digamos que el amor pasional es el que te hace sentirte vivo, como cuando te clavas una aguja, y el amor verdadero o no exaltado es el que te hace vivir. El orgullo, el miedo, la tristeza, la desolación… todas esas emociones eran antes más fuertes que ahora, es como si un anestésico se filtrara progresivamente en nuestro cuerpo haciendo que todo sea menos intenso. Eso me da nostalgia, nostalgia de esas aventuras locas que acababan con tu cuerpo postrado y tu mente desnuda saltando por cataratas de fantasía. Ahora siento nostalghía (como la de Tarkovski) del poder de esas emociones y me pregunto por qué ahora las emociones son un poco menos emocionantes, por qué las tristezas son menos agudas, aunque más persistentes, por qué resulta difícil estar toda una tarde riéndose de nada en absoluto. ¿Por qué cuando miras o abrazas a tu pareja tienes un reloj mirándote fijamente con su alarma preparada? ¿Dónde está el tiempo para amarnos? ¿Por qué el amor ya no parece ser nuestra prioridad aquello que eclipsa cualquier otra obligación? Que alguien tenga el valor de decirle a Cyrano que su deber no es amar, que su deber no es el honor. ¿Que qué respondería?
¡Conseguiréis que mi furor estalle!
¿Coronarse de lauro alguno anhela?
Un reto a los del patio y la cazuela
dirijo. ¿Quién se atreve? ¡Fuera el miedo!
¡Quién sea, diga el nombre o alce el dedo!
Con el honor debido a un duelista
despacharé al primero de la lista.
¿Quién aspira a esa gloria? Caballero.
¿Vos?... ¡No! ¿Y vos? ¿Vos tampoco? ¿Ver mi
acero desnudo os da rubor? ¿Nadie se atreve?
Diablos, no volvería a los 15 años ni muerto. No, pero sí que recuperaría la fuerza de la pasión. Fuerza que recobré cuando conocí a María, cuando la sentía mirándome fuerte y mi corazón se desbocaba, cuando era un imposible que se tornaba a posible, cuando de la inseguridad de la adolescencia surgió la seguridad del amor. Y con certeza absoluta luchamos por estar juntos. Fuerza que en el día a día solemos olvidar y que nos encontramos de pronto, muchas veces, cuando retorna el fin de semana, lo más parecido a la adolescencia que existe en nuestro días. ¿Por qué no? Con el orgullo en alto, con la espada en guardia, dispuesto a luchar por todo aquello que nos merecemos, hoy aquí y ahora, gritando como un loco bajo un balcón oscuro, con voz de alma bramo: recuperemos el amor, amemos. Porque en esta vida todo, todo nos lo podrán quitar, todo salvo el amor y el orgullo.
¡Todo me lo quitaréis!
¡Todo! ¡El laurel y la rosa!
¡Pero quédame una cosa
que arrancarme no podréis!
El fango del deshonor
jamás llegó a salpicarla
y hoy, en el cielo, al dejarla
a las plantas del Señor,
he de mostrar sin empacho
que, ajena a toda vileza,
fue dechado de pureza
siempre; y es…
… mi penacho (=orgullo)


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