viernes, 25 de noviembre de 2011

Letrilla satírica – Francisco de Quevedo



Madre, yo al oro me humillo;
él es mi amante y mi amado,
pues, de puro enamorado,
 de continuo anda amarillo.
Que pues, doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,

poderoso caballero
es don Dinero.

Y ante él se ha rendido nuestro reino durante siglos. Pero un día, viejo y decrépito, don Dinero, cuyo único amigo era Midas, murió. El entierro fueron todo galas y boato, pero nadie fue a disfrutarlo, la entrada costaba tanto…

De repente, esa mañana la gente se levantó con otro ánimo, como menos presionada, como más alegre, algunas mujeres canturreaban (Nunca vi damas ingratas/ a su gusto y afición, que a las caras de un doblón…), pero lo hacían en voz baja y mirando indiscretas al muchacho galán y no al villano fiero. En fin, que todos a sabiendas, noticias corren en el mentidero, de la muerte de don Dinero, olvidan sus deudas y adeudos y con Dionisio al desenfreno. Tremenda celebración del funeral de don Dinero. Pero en mitad de la gozosa orgía, de la que hasta el noble juez tomó partido, vieron un resplandor dorado salir del cementerio. Y acercarse, poco a poco, y cada vez más grande. El vino se fue agriando, así como las canciones obscenas. Los manoseantes caballeros aposentaron sus velludas extremidades en la culatas de sus pistolas y en las jarras de sus espadas. Algo malo se olía en el viento. Esa luz… sí, ese olor a rancio, ese malestar, ese peso. No podía ser pero era, el maldito don Dinero hasta a Dios había corrompido.

Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos
en las casas de los viejos
gatos le guardan de gatos.
Y pues él rompe recatos
y ablanda al juez más severo.

poderoso caballero
es don Dinero.
Pero este maldito villano ya no era de carne y hueso, así que ni espadas con cazoleta, ni pistolas ni besos. A joderse, como dijo un joven labriego, y a someterse, como sabiamente convidó el curilla del pueblo. Ha vuelto el espíritu de don Dinero.

Y así hemos estado hasta ahora, bajo la etérea bota de un sádico pesetero al que el brillo de un doblón le gusta más que al más avaro de los piratas. Ay, espíritu de don Dinero, ayer nos rendimos a tus fueros y hoy y siempre, condenados quedamos, para que nos maltrates, esclavices, atomices, descuartices y todos los malditos ices que se te ocurran.

Hace unos días volvió con su juego, organizó unas elecciones. Unas elecciones democráticamente democráticas, en las que según dicen, es el pueblo quien tiene el poder. de hecho, es una fiesta. Pues como no se parezca esta festividad a la orgía que jodió don Dinero… Esta es una elección decidida mayoritariamente por una crisis organizada por entelequias vagas de especuladores. Lo triste es que estos especuladores ni siquiera son tan dignos como don Dinero. No, son sus curillas, sus sacerdotes, fanáticos de su espíritu, su alma, en fin, lo peor de cada casa. A ellos nos rendimos, “los mercados”, esos nuevos supervillanos que ni siquiera tienen la decencia de presentarse antes de darte la patada.

Esperaba en las elecciones… no sé lo que esperaba. En realidad lo último que tenía era ilusión. No veía salida, supongo que es lo que nos quitan primero, para que no luchemos. Pero no esperaba, eso seguro, encontrar la mayor concentración de poder que ha habido en la España democrática: ayuntamientos, comunidades autónomas, diputaciones provinciales y cortes nacionales gobernadas por un mismo partido en mayoría absoluta. No me parece ilegítimo, no me parece ilegal, no me parece deshonesto, me parece peligroso. Las instituciones se generaron para repartir el poder, la descentralización es fruto de ese control al poder político. Y nosotros, ciudadanos, más dignos que un pan seco, que el vino peleón de la orgía del funeral de don Dinero, le hemos otorgado a un mismo partido todo el poder que puede tener en estos momentos un estado. ¿Pero verdaderamente se lo hemos otorgado nosotros? ¿O quizás ha sido ese maldito tufillo del espíritu de don Dinero?

Ahora lo veo claro, zapateando alegre y contengo con sus ingrávidos tercios sobre nuestras diminutas cabezas, carcajeando, disfrutando, pisoteando. Ni muerto ni vivo, sino eterno. Ahora le veo claro, desde el inicio, con su olor a rancio y su bolsillo lleno, el verdadero dios, ese maldito y poderos caballero. Ah sí, don Dinero, don Dinero. Como jodes don Dinero. Pero sabes qué. Que te reto, sí te reto a un duelo. Tú róbame, aplástame y haz de mí todo lo que quieras, que yo como mi buen amigo Quevedo, el más feo de los caballeros, me iré a un buen mentidero y allí a despecho te despacharé con gusto haciendo coplillas satíricas y sonetos. ¡Tú me joderás la vida, pero yo te amargo los sueños!

Ay, poderoso, poderoso,
Sí,

Poderoso caballero es don Dinero.

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