sábado, 16 de junio de 2012

Perpetum mobile

Un paso, dos pasos, tres... llegué. ¿A dónde? No lo sé. Pero es, seguro, un inicio para seguir caminando. Escuchaba el fluir del agua en el pequeño molino. Me encantaba sentir como la vida daba vueltas alrededor mío.

La zapatilla estaba rota. Vamos, que llamar despegada a la suela era sencillamente un eufemismo. Aún así, como era incapaz de imaginarme cómo sería caminar sin ella, me la puse. Creo, que en términos generales fue una buena decisión, aunque tuviese que andar todo ese recorrido haciendo el pino.

Dejé caer la piedra barranco abajo. Esperé un pequeño rato. Y ahí estaba de vuelta, subiendo trabajosamente la pendiente como un obediente Sísifo.

Érase una vez que se era un reloj cuyas manillas andaban en todas las direcciones. Un buen día, cansado de tanta desobediencia, el reloj decidió quedarse de brazos cruzados.

Brevemente recuperé un instante de mis vidas pasadas. Es el pavor de la metempsicosis. Espero no volver a ser nunca otro yoyó.

La célula procariota saltó de la epidermis. Prefería desaparecer a ser cómplice de ese terrorífico perpetum mobile del cuerpo humano.

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