Y lo único que quedó fue una lentejuela de cristal y una
bolita de plomo. Ahí quedaron abandonadas, aunque unidas, la bolita y la
lentejuela: corazones perdidos de una doncellita de papel y un cojo soldadito
de plomo. Abandonados, tirados, arrinconados entre las cenizas y el polvo de
una ajada chimenea, olvidados.
Y tanto frío hacía que la lentejuela empezó a
temblar. Y tanto frío hacía que la bolita de plomo comenzó a vibrar. Y con
tanto temblor y vibración la lentejuela y la bolita comenzaron a apretarse y
apretarse y a apretarse aún más. Tanto se apretaron que en una mitosis inversa
consiguieron transformarse en un solo
ente, mitadbolita-mitadlentejuela.
Una fusión tan increíble que tras la
reacción, tremendamente exotérmica, una fuerte llamarada explotó, incendiando
la toda la chimenea. Y tras la chimenea se prendieron las cortinas. Y tras las
cortinas, el suelo, y la cama, y las patas de la mesa. Calor y más calor, y más
calor todavía. Rojo fuego.
Y de fondo bramando aterradora la voz de David Bowie
“Put them on fire with gassoline”. Todo ardió, toda la casa en llamas, toda la
casa consumiéndose a 451 ºF has que se transformó en una deflagradora bola de
fuego mayor que la que jamás imaginó Fizban el mago. Tras la explosión, una
plomiza lluvia de fino cristal cubrió todo el suelo.
Finalmente, del
sorprendentemente pequeño depósito de ceniza salieron caminando del brazo una
preciosa doncellita de papel y un valiente soldadito de plomo cojo.
¿Y el Troll? Pues dónde iba a haber quedado un troll después
de tanto fuego…
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