STEADY LADS!
STEADY!Hold fire, hold fire until command.
Steady!Sargent, FIRE!FIRE!
Horizontes llenos de humo, sol
ardiente sobre las cabezas cansadas cuyos ojos agrietados de tanto observar el
campo de batalla se entrecierran enrojecidos. En el fondo la lejana colina por
donde aparecerá el ejército enemigo. Hombro con hombro, silenciosos aguardan aquellos
soldados, de los cuales muchos estarán al alba muertos y comidos por los
buitres. Las casacas abotonadas, las botas pulidas, los rifles preparados para
entrar en acción, al frente su capitán: Richard Sharpe.
Sharpe, el hombre al que su valor
le concedió el rango al que sólo aspiraban los ricos y los nobles, el hombre
que aprendió a luchar en la más profunda cloaca y acabó derrotando al mismísimo
Napoleón. Desde Flandes a España y Portugal, pasando por la India y luchando
como un bravo en la batalla de Trafalgar. Sharpe, el hombre del General Wellington.

Pero lo peor viene cuando es algún ricachón de Londres que quiere ganar gloria
y fama en la batalla quien, con su dinero, compra el cargo de comandante o
general y dirige tu ejército. Acunados nobles sin cultura militar, sin
estrategia, sin valor. Cobardes y engreídos
ricachones que sólo saben azotar a los soldados para sentirse superiores. Y Sharpe sabe que “flagged
soldiers just know how to run”. Cuántos buenos hombres murieron por estos
oficiales asesinos. Cuántas batallas se perdieron por tener que obedecer a
quien no sabe luchar por sí mismo. Cuántos soldados tuvieron que acatar una
orden estúpida sabiendo que era su sentencia de muerte.
Pero no todo en esta vida está
fijado con una lanza al corazón del soldado, pues también era durante estas
guerras en los que los soldados vivían su vida,
pues duraban largos y numerosos años. Allí también había amor, exotismo,
pasión, lujuria, amistad e incluso familias que les seguía por los caminos
tortuosos. “The needle”, Teresa, la más valiente mujer del ejército partisano,
hiriente como una aguja, comandante Teresa. Y qué decir de la amistad, del
Sargento Harper, el irlandés más irlandés que ha parido madre. Y los “Chosen
ones”, todos ellos leales compañeros que se dejaron su último aliento junto a
sus amigos.
Bajo ningún concepto me gustaría
estar en una guerra, no quisiera vivir en esas épocas, pero leerlas, leerlas
sí. La gloria, el heroísmo, la aventura, la agonía, la desesperación que acaba
en triunfo. Aunque la historia humana sea triste, aunque las muertes sean las damas
de honor de la guerra, aunque desaparezcan los seres queridos entre las páginas
amarillentas de los libros, aunque el sufrimiento y el dolor se marque en cada
una de las letras, aún así me gusta leer estas historias bélicas. Vivirlas y
ser por unos momentos Sharpe, el hombre que se apoderó del “Águila” de
Napoleón.
2 comentarios:
Totalmente de acuerdo, la identificación con un personaje del calibre de Sharpe, o cualquier otro militar sea de tipo fantástico o real, no implica la aceptación de las condiciones reales de los acontecimientos bélicos, si no simplemente el hecho de vivir, sentir por unos momentos valores como la valentía, el honor y, en cierta medida, el dolor imprescindible en estas historias para darles el trasfondo sentimental necesario. Es convertirse en el protagonista de historias, sabiendo que las únicas consecuencias que ocurrirán será el paso del tiempo inmerso entre hojas de papel y tinta, porque el resto ocurrirá en tu imaginación.
¿A quién le gustaría recibir una bala de rifle, no?
Jejeje, eso sí, ¡cuando me leo uno de los libros de Sharpe o me veo uno de los episodios me emociono!
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