
Un día cualquiera, la verdad es
que no consigo recordad si era lunes, martes, miércoles, la verdad ni idea, me
levanté sin más, como todos los otros días. Pero no era así, algo en mi interior
me hacía sentir diferente. ¿El qué podría ser?, quedaba fuera de mi raciocinio.
De hecho, lo único que yo notaba es que estaba un poco diferente: ni mejor ni
peor, diferente. Me miré en el espejo y ahí estaban mis dos ojos, mi nariz y mi
boca, todo correcto. Mis pies también parecían estar donde tenían que estar,
dentro de sus zapatillas peludas. Brazos, correctos. La barriga ni más ni menos
hinchada que el día anterior. En realidad yo podía decir que era yo, aunque no
me sentía el mismo yo que ayer. Tampoco es que haya sido nunca un hombre que me
haya dado por pensar mucho, negarlo sería una tontería. Así que me tomé mi
café, que me supo un poco diferente, arranqué mi coche y me piré a trabajar
porque con la tontería llegaba ya un cuarto de hora tarde. Puse la radio en la
frecuencia de todos los días, eso sí, la voz que salía tenía un eco… apagué la
radio.
Entonces lo oí: Dong,
Dong, Dong, Dong, Dong, Dong, Dong, Dong…; las ocho. El reloj de la
iglesia, por primera vez en 33 años, había sonado. ¿Sería fruto de las últimas
elecciones municipales? Mira que me extrañaba.
Sin darme mucha cuenta fui
decelerando mi destartalado Chevrolet (coche que me había comprado únicamente
por cómo sonaba su nombre) hasta detenerme. De repente, un impulso en la pierna
derecha, otro en la mano, y sin saber cómo había abierto la puerta y me
precipitaba hacía el asfalto. Mis pies iban solos, y os puedo asegurar que eso
sí que era raro. Afortunadamente mi cuerpo seguía pegado por la cintura, de
forma que pude seguirles. En mi deambular caótico que me dirige hacía la torre
del reloj me doy cuenta de que no voy solo. Mis ojos se giran para mirar
fijamente a un hermoso “Pepito grillo” vestido de Tweed. No puede ser, parpadeo
numerosas veces, pero no hay cambio, es una certeza, ni mota ni alucinación, es
Pepito Grillo. El susodicho me mira sonriente y eleva su paraguas en señal de
saludo. Mi cara, totalmente desbordada de sorpresa no consigue devolver el
saludo. Mis piernas, que me habían concedido este sorprendente receso vuelven a
la carga y me presionan hacía el reloj. Y entonces sí, sí que los veo. ¡A todos
ellos: Caperucita (que buena que está la moza), Cenicienta, Geppetto, el Hada
Madrina!!!

¡Dios! ¡Flipo! Estoy
completamente seguro de que esta transmutación, esta metempsicosis de cuento no
se debe en absoluto a las elecciones municipales. ¿Qué diablos ha pasado?
Y PLUFFF, fue en ese preciso
momento cuando me convertí en calabaza.
1 comentario:
Aunque tiene sus ventajas descubrir que eres un personaje de cuento, a lo Once upon a time...¡sigue habiendo personajes tipo políticos retorcidos! En este caso, sólo le salva que es Robert Carlyle jejeje
(Serie muy recomendable también desde mi punto de vista, por cierto)
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